+ AMADEO RODRÍGUEZ MAGRO | Obispo de Plasencia
“La imagen de esa multitud juvenil ha dejado tan buen sabor de boca que, incluso los que antes eran indiferentes o escépticos, ahora reconocen que allí sucedía algo nuevo y distinto de lo que habitualmente muestra la juventud. Y todos están de acuerdo en reconocer que lo que se ha mostrado tiene color esperanza”.
Es “casi” unánime la opinión de que el desarrollo de las JMJ ha sido magnífico: excelente la organización, maravillosa la actitud de los jóvenes que se concentraron en Cuatro Vientos y sobrecogedora la sintonía con el papa Benedicto XVI. La imagen de esa multitud juvenil ha dejado tan buen sabor de boca que, incluso los que antes eran indiferentes o escépticos, ahora reconocen que allí sucedía algo nuevo y distinto de lo que habitualmente muestra la juventud. Y todos están de acuerdo en reconocer que lo que se ha mostrado tiene color esperanza. Esa multitud de jóvenes tenía alma, un alma cristiana, tocada por la fe en Jesucristo. ¿Quiénes eran y de dónde venían?
Dicen que en las JMJ hay un antes y un después. Y lo dicen para poner de relieve que el impacto sobre los jóvenes participantes les hace cambiar su estilo de vida y les lleva a tomar decisiones importantes en su compromiso cristiano. Pero que nadie desvincule el antes del después, porque solo un cuidadoso antes ha hecho posible el esplendor de las JMJ. Los chicos y chicas que rezaban con intensidad ante el Santísimo Sacramento, que aguantaban con fervor la tormenta, que caminaron hasta la extenuación y que soportaron sacrificios con alegría, sabían a lo que venían. Todos traían una preparación interior. Todos venían de una Iglesia viva que les había fortalecido.
Solo porque ha habido un antes en las diócesis se espera que haya un después fecundo. Ahora toca acompañar a los jóvenes para que vaya dando fruto en ellos la experiencia vivida. Queda mucho camino y hace falta mucha catequesis con la que ir encajando en cada joven la rica enseñanza de ese Pastor bueno, que se ha sentido muy feliz con los jóvenes, a los que ha calificado “como una brisa de aire puro y juvenil, con aromas renovadores que nos llenan de confianza ante el mañana de la Iglesia y del mundo”.
En el nº 2.767 de Vida Nueva.