CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
“Una lámpara permanentemente encendida y que produce un fuego que se mete en el corazón de los jóvenes, les inquieta, les llena de entusiasmo y hace que quieran seguir incondicionalmente a Cristo, convencidos de que es el único que conoce el verdadero camino a seguir”.
Aquí está el secreto. Y Benedicto XVI se lo ha querido revelar a los jóvenes durante la reciente Jornada Mundial de la Juventud de Madrid: en Cristo tenemos nuestra esperanza y Él es el auténtico protagonista de la historia. No se trata de un personaje extraordinario y con unas cualidades y valores que pueden ser admirables. No es un simple líder que enardece. Jesucristo es Dios, el Hijo de Dios. Y como tal lo reciben los jóvenes y quieren identificarse con su mensaje, con su vida.
Desde el primer discurso en el aeropuerto de Barajas hasta las palabras de despedida, siempre el Papa hablaba de Cristo. Y lo hacía de una manera que no solamente mostraba su profundo convencimiento de fe en el Hijo de Dios, sino que cautivaba el corazón de los jóvenes. No era un Cristo desvaído proclamando unos valores, sino la verdad revelada por Dios. No era un profeta anunciador de tiempos catastróficos, sino el mensaje de esperanza más admirable que Dios ponía en medio de su pueblo. No venía de lejos y para la visita de unos días. Era Cristo, el compañero permanente del camino que, como a los discípulos de Emaús, les iba explicando la Escritura para que se abrieran los ojos de los jóvenes y vieran de cerca la vocación a la que Dios les llamaba.
Este es el Cristo que presentaba el Papa en Madrid. Cristo hijo de Dios y cerca de la humanidad, experto en sufrimientos y desafíos a la fe. Un Cristo intemporal, de todos los momentos, en todas las épocas. El de ayer, el de hoy y el de siempre. Con firmeza lo presentaba el Papa. Y esta claridad es la que deseaban oír los jóvenes. Una lámpara permanentemente encendida y que produce un fuego que se mete en el corazón de los jóvenes, les inquieta, les llena de entusiasmo y hace que quieran seguir incondicionalmente a Cristo, convencidos de que es el único que conoce el verdadero camino a seguir.
Este seguimiento de Cristo es la respuesta a la fe, pero sabiendo bien que no se trata simplemente de la aceptación de unas determinadas verdades abstractas, sino de una relación personal e íntima con Cristo que conduce a tener un comportamiento leal con Aquel en el que se cree.
Un Cristo que no puede separarse de la Iglesia, pues este nuevo Pueblo de Dios es el que ha venido a fundar Cristo. Ni Cristo sin Iglesia ni Iglesia sin Cristo. Cristo sí, e Iglesia también, pues sin la Iglesia no se conocería a Cristo ni se recibiría la gracia de los sacramentos.
Decía Benedicto XVI: “Seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión de la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir por su cuenta o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él” (Santa Misa en Cuatro Vientos, 21-8-2011).
En el nº 2.767 de Vida Nueva.