Un “acto de contrición” desafortunado

FERNANDO GARIJO, cura jubilado. San Sebastián | Un servidor, por mi alta edad, pertenece a aquellas generaciones que todavía hoy día recordamos los mensajes que recibíamos de muy niños referentes al pecado. (“Todo era pecado”, concluyen muchos). Había que confesarse semanalmente, o más, y sobre todo, estaba el terrible miedo al infierno y a la condenación eterna. Mensajes que, en muchos casos, fueron origen de posteriores traumas y miedos generalizados con la enorme responsabilidad moral que supuso para la Iglesia de la época.

Gracias a Dios, posteriormente pudimos ir conociendo y viviendo otra imagen de un Dios que no es Juez sino Padre misericordioso; que nos ama profundamente y que nos llama a transmitir esta Buena Noticia de salvación a todos.Los frutos del Vaticano II contribuyeron enormemente a asentarnos en una nueva confianza fundamental.

Por eso, a día de hoy, estoy muy extrañado de que, de alguna forma u otra, reaparezca aquella desfasada e ilógica teología del miedo. Pongo el ejemplo del rezo del Rosario diario en Radio María, en el que se ha incluido un Acto de Contrición de aquella época que en su día todos rezábamos. Es bastante hermoso literariamente, pero incluye una parte que me revuelve las tripas: “Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero (…) porque tú puedes castigarme con las penas del infierno…”.

Y me extraña, cuando disponemos los cristianos del Acto Penitencial de la Misa, mucho mejor desarrollado y aceptado satisfactoriamente por los fieles.

Haber vuelto a aquel Acto de Contricción me parece muy desafortunado teológica, pedagógica y eclesialmente.

Debería ser sustituido por el formato más adecuado. Seríamos más coherentes con la Buena Nueva del Evangelio a nuestro mundo de hoy.

En el número 2.767 de Vida Nueva

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