La materia

Pablo DorsPABLO d’ORS | Sacerdote y escritor

“He tenido que cumplir 40 años y recorrer medio mundo para asistir a una revelación que podría haber hallado de joven y en cualquier punto del planeta: el acero, la lona, el barro, el lino… ¡Ah, la materia! ¡Si los hombres supieran todo el Dios que cabe en un poco de materia!”.

Las cosas, todas las cosas empiezan a existir en la medida en que reparamos en ellas; las cosas llegan a su plenitud cuando las miramos y damos gracias por su existencia. Observar no cansa si al observar no corregimos lo que observamos. Vivir con desapego el gozo que todo puede llegar a proporcionar no disminuye ese goce, sino que lo aumenta.

El descubrimiento de la elocuencia de los objetos es un paso superior al de la revelación que se esconde tras las personas. ¿Que por qué? Pues porque el misterio del Creador está escondido más secretamente en las cosas, que son más humildes y pequeñas. Ellas se dejan utilizar, y callan, y no protestan. He tenido que cumplir 40 años y recorrer medio mundo para asistir a una revelación que podría haber hallado de joven y en cualquier punto del planeta: el acero, la lona, el barro, el lino… ¡Ah, la materia! ¡Si los hombres supieran todo el Dios que cabe en un poco de materia!

La meta del hombre, de todo hombre, es la iluminación, que nunca es fruto de un trabajo –por sagrado que este pueda ser–, sino el regalo inmerecido por la compasión. Quedamos iluminados cuando amamos a los demás; y eso sucede cuando nos olvidamos de nosotros. El olvido de sí es el camino: cultivar el anonimato y la discreción, trabajar por la propia desaparición. Curiosamente, el hombre empieza a existir en la medida en que desaparece. Solo entonces brilla el mundo y refulge la materia. ¡Ah, la materia! ¡Si los hombres supieran todo el Dios que cabe en un poco de materia!

En el nº 2.768 de Vida Nueva.

Compartir