JESÚS SÁNCHEZ ADALID | Sacerdote y escritor
“En Madrid se puso de manifiesto que queda un lugar en este mundo donde se continúa diciendo que la condición humana no puede hacer oídos sordos a la cuestión del mal, al pecado, y que hay un puñado de hombres y mujeres dispuestos a recordar que el humano llevará siempre a cuestas una parte negra o maldita, pero que hay salvación”.
A más de un mes ya de la JMJ, podemos hacer algunas reflexiones más sosegadas. Los ataques contra el Papa, furibundos en principio, han ido provocado que surgieran otras voces en favor de la tolerancia. Le agradecimos la visita los que le seguimos como pastor, pero también los que no creen en él, pero defienden las libertades. Porque Benedicto XVI no hace sino cumplir su estricta función: él no exige a nadie que se haga católico, pero, a los que optamos por serlo, nos recuerda el sentido de esa opción.
En Madrid se puso de manifiesto que queda un lugar en este mundo donde se continúa diciendo que la condición humana no puede hacer oídos sordos a la cuestión del mal, al pecado, y que hay un puñado de hombres y mujeres dispuestos a recordar que el humano llevará siempre a cuestas una parte negra o maldita, pero que hay salvación. ¿Es tan difícil de entender?
En un mundo preocupado por su porvenir, por la crisis, dominado por el dinero, amenazado por el terrorismo, la Iglesia no debe mirar los cambios como una amenaza, sino como una oportunidad para ser más fiel a Cristo. Como Él mismo proclama: “Vosotros sois la sal de la tierra. Si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salaremos? Ya no es buena para nada, más que para arrojarla fuera y que la pise la gente” (Mt 5, 13-14).
Estamos llamados a ser testimonio en el mundo; de ninguna manera a mantenernos puros y no contaminarnos. La vocación de la Iglesia, a semejanza de Jesús, es servir, no dominar.
En el nº 2.769 de Vida Nueva.