JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Hoy voy de anécdotas reales. De lo particular a lo universal. Cuando hacemos de las sugerencias pastorales normas rígidas, quien sufre realmente, sin entender, es el Pueblo de Dios, al que seguimos manteniendo en una ignorancia supina del verdadero sentido de la Liturgia, perdidos en curiosidades que no van más allá del color del paño del altar.
El sentido común falta cuando el rigorismo toma carta de naturaleza y se instala de forma tan exageradamente caciquil. Me quedo con aquel ejemplo que nos ponían antaño de un acólito que, en un pontifical catedralicio, dudaba qué tenía que hacer. El viejo maestro de ceremonias le respondió: “Cuando dudes, tú haz una genuflexión y da paso al frente”. Vamos a ello. Ustedes juzgarán.
Un párroco se enfrenta a un cacique de tomo y lomo empeñado en celebrar la boda de su hijo en la capilla privada de su hacienda agrícola. En el templo solo queda el ajuar litúrgico de antes del Concilio. El cura se niega. Pide que se casen en la parroquia. Los señores, bien amarrados en otras instancias, llevan a un obispo auxiliar de una diócesis del centro. Celebra la boda con todas las de la ley. El cura se marcha a su casa desacreditado totalmente.
En otro lugar eran frecuentes las misas exequiales en los domingos ordinarios. Un nuevo obispo, haciendo caso al tándem vicario general-delegado de Liturgia, las prohíbe y ha habido sacerdotes –hace poco uno– que no han podido ser enterrados con misa, mientras se ve que en otros lugares, a diez kilómetros tan solo, en otra diócesis, se celebran. El mismo Papa fue enterrado en domingo por ser el Día del Señor. Dicen que lo hacen por no multiplicar las misas de los sacerdotes cuando hay quienes, por afición y para grupos pequeños, celebran cuando se les antoja.
En una parroquia, el bautismo en Adviento no es aconsejable. El párroco ha luchado con muchas familias para hacer ver la conveniencia de respetar los tiempos litúrgicos. Llega el obispo y celebra con varios sacerdotes el bautismo con misa. El cura, sonrojado, tiene que cambiar la norma.
En otro lugar, las primeras comuniones son en segundo domingo, muy cerca, en tercero y, en el colegio vecino, en cuarto. Hay parroquias donde no se confiesa durante las misas; en otras hay tres confesonarios llenos. Hay quien no confiesa en Viernes Santo y el Papa baja a San Pedro a confesar. Y así suma y sigue.
Hacer de las sugerencias normas vuelve loca a la gente y crea problemas absurdos. Ni el Derecho Canónico es tan estricto como las normas de clérigos que se creen dueños y señores de sus heredades parroquiales. Y, para colmo, las misas televisadas te acercan algunos aspectos litúrgicos sobre los que su párroco se ha pronunciado en contra. El verbo prohibir es muy común cuando falta el sentido común y cuando falla la imaginación pastoral para saber distinguir el grano de la paja.
Directorios que costaron mucho trabajo introducir, hoy son libros históricos, y algunas normas de sínodos diocesanos recientes, pasaron a mejor vida. No es bueno este vaivén. Es mejor trabajar con luz larga. Hay muchos débiles que pueden sentirse contrariados por no tener un sacerdote amigo que les saque de estos apuros. Los obispos, aquí, tienen que saber armonizar las normas con el sentido común, gran aliado de la mejor pastoral.
En el nº 2.769 de Vida Nueva