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La paradoja del cristianismo


Una obra de Adolphe Gesché (Sígueme, 2011). La recensión es de Luis Miguel Arroyo Arrayás.

Paradoja Del Cristianismo

La paradoja del cristianismo. Dios entre paréntesis

Autor: Adolphe Gesché

Editorial: Sígueme

Ciudad: Salamanca

Páginas: 144

LUIS MIGUEL ARROYO ARRAYÁS | La editorial Sígueme, que ya ha publicado el corpus principal del autor –profesor de Teología en la Universidad Católica de Lovaina y destacado intelectual comprometido en el diálogo fe-cultura hasta su muerte en 2003–, nos presenta en este librito una recopilación de tres artículos, cuyo hilo conductor es ese diálogo fe-cultura, así como el también necesario diálogo interreligioso en nuestras sociedades, en las que el pluralismo y la laicidad son como los escenarios en los que el ser humano aborda la tarea de comprenderse a sí mismo.

Gesché, desde la certeza de que la reflexión teológica tiene una palabra fundamental y significativa que decir al hombre de hoy, nos invita con lenguaje sencillo –aunque el tema es profundo– y sugerente a pensar sin complejos sobre la fe cristiana en relación con los otros, con la intención declarada de mostrar que no estamos tan lejos.

Así, el primer capítulo (“El cristianismo como ateísmo suspensivo”) trata de la extraña paradoja que consiste en introducir la fórmula Etsi Deus non daretur (“como si Dios no existiera”) en la reflexión teológica. Gesché muestra con numerosos ejemplos tomados de la tradición teológica, especialmente la católica, que el cristianismo occidental siempre ha tenido el valor y la libertad de confrontarse con el ateísmo como una posibilidad real para el hombre; más aún, como una posibilidad que también tiene algo enriquecedor que aportar a la fe, en cuanto que la increencia puede prestar a la experiencia religiosa el servicio de una “alteridad regeneradora, de un cara a cara permanentemente interrogador”.

Por eso, el autor no duda en pedir que el sensus fidelium se complete con el sensus infidelium, con lo que los no creyentes pueden aportar a los cristianos para enriquecer su comprensión de la realidad.

Prolongando esta reflexión, el capítulo segundo (“El cristianismo como monoteísmo relativo”) plantea la hipótesis de que el cristianismo, en su esencia, y a causa de su atención al hombre, mantiene una actitud de reserva frente a una concepción y afirmación aislada de Dios. El monoteísmo relativo del que habla Gesché es una fe en la que un solo Dios no significa un Dios solo; una fe que afirma el verdadero Dios, pero cuya verdad estaría intrínsecamente en su relación con el hombre.

Este tema no es ni mucho menos una absoluta novedad en la historia de la teología ni de la discusión entre fe e increencia. Piénsese, por ejemplo, en algunas afirmaciones paradójicas de Lutero (Fides creatrix divinitatis non in se sed in nobis, o su afirmación del Deus pro nobis) y en el uso que de ellas hace Feuerbach como prueba de lo que él considera un ateísmo oculto en el cristianismo.

Gesché, aunque cita a estos autores, no se refiere explícitamente a estos aspectos de la cuestión, que son fundamentales, como he puesto de manifiesto –perdón por el intrusismo y la autoreferencia– en mi obra Yo soy Lutero II.

La presencia de Lutero en la obra de L. Feuerbach (Ed. Universidad Pontificia, Salamanca, 1991). Y es que Gesché orienta su reflexión –obviamente en la dirección contraria del ateísmo de Feuerbach– en el sentido de que en el cristianismo la confesión de Dios no se sostiene si al mismo tiempo no se confiesa al hombre.

El último capítulo (“El cristianismo y las otras religiones”) está dedicado al diálogo interreligioso. En él Gesché se atreve con la antigua pregunta de si el cristianismo es la única religión verdadera y con aquella otra de si todas las religiones son de alguna manera válidas. Su reflexión no constituye una respuesta acabada, pero sí una propuesta novedosa con pistas para un diálogo no crispado. La novedad consiste en buscar dichas pistas –en congruencia con la tesis del monoteísmo relativo– en el interior del propio cristianismo, que se relativiza a sí mismo en lo que el autor llama “campos de inmanencia”.

En definitiva, libro muy recomendable para actualizar el diálogo fe-cultura.

En el nº 2.769 de Vida Nueva.

Actualizado
23/09/2011 | 14:52
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