JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
“En la Casa de la Iglesia, en Madrid, costó dos preguntas sobre el tema que el portavoz episcopal reconociese que los obispos españoles –reunidos en Permanente la tarde en la que la banda terrorista evidenció el error de su horror– también se habían alegrado”.
El comunicado de ETA –con las cautelas oportunas– es una gran noticia para la sociedad española. Así lo han acogido, incluso, los partidos políticos, por una vez de acuerdo en lo esencial. Pero en la Casa de la Iglesia, en Madrid, costó dos preguntas sobre el tema que el portavoz episcopal reconociese que los obispos españoles –reunidos en Permanente la tarde en la que la banda terrorista evidenció el error de su horror– también se habían alegrado.
La prensa apenas se hizo eco de ese sentimiento, lo que habla a las claras de nuestra relevancia social. Casi mejor, porque, si no, tal vez alguien hubiese reparado en que había un punto de vinagre de más en el aliño con el que se sirvió la valoración sobre la decisión etarra. Y no entraría en la cabeza de nadie pensar que la Iglesia no pueda alegrarse por una noticia así.
Afortunadamente, los obispos vascos no dejaron resquicio a la duda y dieron un paso más, al ofrecerse como cauce para sanar las heridas y lograr la reconciliación.
Lástima que, frente a esta postura, que se deja mecer por el espíritu, muchas veces se opte más por parapetarse detrás de la letra. La CEE no pierde ocasión –tampoco ahora– de remitir su opinión oficial a la recogida en dos importantes (y discutidos) documentos aprobados en Plenaria (en 2002 y en 2006). Es como si hubiese terror a que se cayese de la rima un verso libre.
Pero casi siempre que han optado por el espíritu de la letra, esos textos episcopales se han utilizado más como una losa con la que cerrar un capítulo de enfrentamientos –incluso entre prelados– que como una reflexión capaz, también, de alumbrar esperanza para el mañana.
Puestos a ofrecer documentos, se me ocurre uno que cumple un cuarto de siglo: Constructores de la paz. En él se lee: “Como obispos, queremos ser los primeros en comprometernos totalmente en la construcción de la paz y de la reconciliación, y pedimos también este empeño a todos los miembros de la Iglesia”. Si la equidistancia le resultó un día fatal a un sector eclesial, no se entendería ahora tampoco una excesiva frialdad.
En el nº 2.774 de Vida Nueva.
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