JOSÉ CARLOS RODRÍGUEZ SOTO | Una escena como esta no es infrecuente en África: los representantes de una organización católica europea o norteamericana de ayuda a las Iglesias más necesitadas visitan una diócesis a la que han enviado fondos. La misión que les ha traído hasta allí es delicada: durante los últimos años no han recibido una rendición de cuentas adecuada del dinero enviado, y faltan varios cientos de miles de euros o dólares por justificar. [Siga aquí si no es suscriptor]
El director de la oficina de Desarrollo del Obispado –un sacerdote que lleva muchos años en el cargo y del que se dice que todos sus empleados son parientes suyos– les recibe muy amablemente, pero les da largas sobre el tema. Cansados de no obtener respuestas directas, piden ver al obispo, pero se topan con otra dificultad: lleva varios meses en Europa; para recibir tratamiento médico, según unos, o para recoger dinero, dicen otros. Nadie está seguro de cuándo volverá.
Si uno esta familiarizado con problemas de este tipo, sorprenden poco estas palabras dirigidas a los obispos de África: “Queridos hermanos, siguiendo los pasos de Cristo el Buen Pastor, sed ejemplares en vuestra vida y conducta. La buena administracion de vuestras diócesis requiere que estéis presentes en ellas. Para que vuestro mensaje sea creíble, aseguraos de que vuestas diócesis sean modélicas en cuanto a la conducta de su personal por lo que se refiere a transparencia y buena gestión financiera. No dudéis en pedir ayuda de expertos en auditorías, para dar ejemplo a vuestros fieles y a la sociedad en general”.
Lo dice Benedicto XVI en el número 104 de su reciente exhortación apostólica postsinodal Africae Munus (AM) –el compromiso de África–, entregada a los obispos africanos el pasado 19 de noviembre durante su visita a Benín. [Más sobre el viaje del Papa a Benín]
Y después, al hablar de los centros de salud de la Iglesia, vuelve a insistir en el mismo punto: “La gestión de los fondos donados debe ser realizada con transparencia y servir siempre al bien de los enfermos” (n. 141).
La reconciliación
Pero también esta otra podría ser una escena frecuente en África: un país se esfuerza por salir adelante después de décadas de dictaduras militares y guerras interminables. Y un obispo católico preside una conferencia nacional de reconciliación, un sacerdote se encarga de coordinar las primeras elecciones libres y destacadas figuras religiosas realizan una mediación entre Gobierno y rebeldes para alcanzar la paz.
Así ocurrió, por ejemplo, en Benín, cuando el arzobispo Isidore de Souza dirigió la transición hacia la democracia a principios de los años 90. O en la República Democrática del Congo, cuando las elecciones de 2006 –las primeras en 40 años– fueron coordinadas con gran competencia por el padre Apollinaire Malumalu. O en Mozambique y el norte de Uganda, cuyos sangrantes conflictos terminaron tras la mediación de obispos como Jaime Gonçalves o John Baptist Odama.
Y tampoco hay que olvidar que durante las últimas décadas no han faltado los mártires, como el arzobispo de Bukavu (R. D. del Congo), Christophe Munzihirwa, asesinado por soldados ruandeses en 1996 por denunciar los atropellos que sufría la población.
Otro párrafo del mismo documento (n. 23) reconoce y aplaude esta labor de la Iglesia en África: “La Iglesia, por medio de sus comisiones de Justicia y Paz, contribuye a la educación cívica de los ciudadanos y asiste a los procesos electorales en varios países. De esta forma, contribuye a despertar la conciencia del pueblo. Muchos países agradecen esta labor de la Iglesia y la reconocen como una hacedora de paz, un agente de reconcilación y un heraldo de justicia”.
Pulmón espiritual
Benedicto XVI tiene sobradas razones para animar a la Iglesia africana allí donde es fiel al Evangelio, y para corregirla donde yerra. Los anuarios estadísticos de la Iglesia católica de los últimos años muestran que África es el continente donde el número de católicos crece más. Actualmente, representan un 17% de su población total (algo más de mil millones de habitantes).
África es también el continente donde más crecen las vocaciones sacerdotales y a la Vida Religiosa. El resto de los cristianos de otras confesiones ronda el mismo porcentaje, y los musulmanes son el 40%. Comparativamente, es el continente donde más ha crecido el número de sacerdotes: unos 30.000, de los que dos tercios son diocesanos, y el de seminaristas mayores (unos 22.000).
No es de extrañar que el Papa se refiera a menudo a África como “un pulmón espiritual para la humanidad” y que pida que la Iglesia africana contribuya a la Nueva Evangelizacion de países secularizados (AM, 167).
Pero en este brillante horizonte no faltan nubarrones negros preocupantes, sobre todo, el rápido crecimiento de las Iglesias pentecostales a expensas de la Iglesia católica, un fenómeno que en dácadas recientes ha hecho disminuir los otrora altos porcentajes de católicos en los países latinoamericanos.
Durante el vuelo a Benín, el Papa manifestaba a los periodistas su preocupación por este hecho, advirtiendo que el éxito de las sectas –muchas de las cuales profesan un culto mal disimulado a la riqueza– se basa en ofrecer una combinación simplista de la Biblia con las religiones tradicionales. Según el Pontífice, la respuesta debe ser un catolicismo “simple, profundo y comprensible”, centrado en “un Dios que nos conoce y nos ama”.
Benedicto XVI ha querido marcar la hoja de ruta de la Iglesia en África, y lo ha hecho con la extensa Africae Munus. La exhortación está dividida en dos partes: en la primera se centra en el tema de la paz, la justicia y la reconcilación en África, señalando las plagas que afectan al continente, pero también los valores de sus culturas; en la segunda indica los campos de apostolado de la Iglesia en distintos sectores como la educación, la salud y los medios de comunicación.
Partiendo del supuesto de que “África necesita escuchar la voz de Cristo que proclama el amor a los demás, incluso a los enemigos” (AM, 13), la exhortación hace una invitación a la reconciliación como vía indispensable para la paz. El perdón permite reencontrar la armonía entre las familias, pero al mismo tiempo es importante que los responsables de los crímenes respondan de sus actos, porque “la paz sin justicia es una ilusión efímera” (AM, 18) y “las víctimas tienen derecho a la verdad y a la justicia” (AM, 21).
El Pontífice señala que, aunque la construcción de un orden social justo entra dentro de la esfera política, la Iglesia tiene el deber de formar las conciencias para educarlas en el valor de la justicia de Dios, fundada en el amor. Vivir esta justicia de Cristo significa obrar para poner fin al expolio de los bienes en detrimento de poblaciones enteras, despojo que es “inaceptable e inmoral” (AM, 24). Y afirma que se debe dar una “atención preferencial a los pobres, los hambrientos, los enfermos, los prisioneros, los inmigrantes y los refugiados” (AM, 27).
La Iglesia debe contribuir a formar una nueva África, haciéndose eco del “grito silencioso de los inocentes perseguidos y de los pueblos cuyos dirigentes hipotecan su futuro por intereses personales” (AM, 30). ¿Cómo ponerlo en práctica? El documento indica: la catequesis –no solo explicada, sino también vivida en la vida personal, familiar y social–, el discernimiento de los ritos tradicionales, sobre todo los ligados a la reconciliación, y la promoción de una fraternidad nueva que se oponga al tribalismo, el racismo y el etnocentrismo.
En este sentido, el Papa señala una atención especial a:
En la segunda parte, al hablar de los campos de apostolado de la Iglesia, el Papa se dirige directamente a:
Por último, el Papa destaca algunas propuestas concretas para la Iglesia en África, como: incrementar el apostolado bíblico; dar más importancia a la confesión individual y a una liturgia que exprese un mayor respeto hacia lo sagrado: celebrar un Congreso Eucarístico Nacional para que la Eucaristía “establezca una nueva fraternidad que supere lenguas, culturas, etnias, tribalismos, racismo y etnocentrismos”: proponer nuevos candidatos a la canonización, “porque los santos son los defensores ejemplares de la justicia y los apóstoles de la paz”; o la necesidad de apoyar el Simposio de Conferencias Episcopales de África y Madagascar para fomentar “la solidaridad” en el continente.
También se anima a que los países africanos celebren, cada año, un día o una semana dedicada a la reconciliación, particularmente durante el Adviento o la Cuaresma, y a que se organice –de acuerdo con la Santa Sede– un “Año de la reconciliación” para todo el continente.
El documento concluye poniendo el acento sobre la esperanza, y confiando a la intercensión de la Virgen María el camino de la evangelizacion del continente, para que “la Iglesia en África sea uno de los pulmones espirituales de la humanidad”.
En el nº 2.780 de Vida Nueva.