FRANCISCO M. CARRISCONDO ESQUIVEL | Profesor de la Universidad de Málaga
“Benedicto XVI ha sido el Astro Rey alrededor del cual ha girado gran parte de la actividad cultural española en este año que se acaba”.
Nos acercamos al fin. O al menos con eso nos amenaza el agorero Roland Emmerich en su película, otra catástrofe de las suyas, 2012, que tuve oportunidad de reseñar. Bajo tal amenaza, asomados como estamos al borde del abismo, en vísperas del apocalipsis, me parece muy complicado hacer balance de todo un año.
A decir verdad, más valdría, y es lo que realmente ansía mi conciencia sacar a la luz, recapitular todo el camino recorrido por el ser humano hasta ahora, en esta última edad de su existencia.
El final está próximo al origen, como es característico de los ciclos. Resulta paradójico que se acabe el mundo justo cuando más cerca estamos de descubrir la llamada partícula de Dios o, por decirlo técnicamente, bosón de Higgs: un requisito teórico aún no demostrado empíricamente que permitiría explicar desde el más absoluto de los principios cualquier realidad experimentada. Esto es lo que se pretende desde el acelerador instalado en el Laboratorio Europeo de Física de Partículas.
De existir esta partícula elemental, seríamos capaces de deducir, entonces, la inexistencia del vacío, por lo que al final tendremos que darle la razón al pobre de Descartes, empecinado como estaba en defender la plenitud de la extensión frente a la concepción newtoniana, vigente en la actualidad… hasta ahora. Y es que posiblemente estemos asistiendo al nacimiento de una nueva cosmología que, en cierto modo, supondría una vuelta a los comienzos de la Edad Moderna.
Todo ello, claro está, con el permiso de Emmerich. Voy a hacer, por ahora, caso omiso de sus peores vaticinios –aunque algún día habrá que hablar, otra vez, de él y su visión de Shakespeare en Anonymous, quizás su último filme– para centrarme en el propósito de esta columna.
Por seguir con la imagen cosmológica, hay que decir que Benedicto XVI ha sido el Astro Rey alrededor del cual ha girado gran parte de la actividad cultural española en este año que se acaba.
Su última visita a nuestro país, con ocasión de la última Jornada Mundial de la Juventud, nos dejó hermosas lecciones, especialmente en su encuentro con los profesores universitarios en El Escorial o en el Via Crucis de Recoletos, acompañado para tal ocasión de la imaginería religiosa más selecta. Mutatis mutandis, el Vaticano nos brindó la oportunidad de contemplar en El Prado una auténtica obra maestra procedente de sus museos: el Descendimiento de Caravaggio.
Habría muchas más cosas dignas de reseñar, tanto para lo bueno como para lo malo (de esto último mejor no hablar, porque por desgracia es lo de siempre).
Pero, por si acaso, no quiero despedirme de este mundo sin desearles a todos una Feliz Navidad y, si lo permiten los malos augurios, esperar, simplemente, que pueda seguir girando el mundo durante el próximo año; y, aunque sea ya mucho pedirle a Emmerich, que durante su giro habitual reinen la paz y la alegría –y en estas no son necesarias las limitaciones– sobre los que en él habitamos.
En el nº 2.782 de Vida Nueva. Número especial Navidad–Fin de año 2011