JOSÉ LORENZO, redactor jefe de Vida Nueva | Había mucha expectación, que se ha traducido, finalmente, en frustración. Andaba hace unos días la comunidad científica internacional muy alborotada a la búsqueda, en un sofisticadísimo laboratorio, del llamado Bosón de Higgs, traducido popularmente como “la partícula de Dios”, porque, se dice, gracias a su hallazgo, se explicaría la interacción entre el resto de partículas y no sé qué fuerzas que permitirían comprender el origen de la masa. Vamos, el todo de la nada, el secreto de Dios…
Partidario del diálogo entre la ciencia y la fe, no piqué en los llamativos titulares de prensa ni presté más atención al asunto (que seguro que será muy beneficioso para el progreso de la humanidad, y lo digo sin ironía), que algunos suelen tratar de reducir, al final, a si Dios existe o no. Para ese misterio, ya me las voy apañando.
Hasta que unos días después, leyendo una carta del obispo de Lleida, se me aceleraron todas mis partículas. [Seguir leyendo]
En el nº 2.782 de Vida Nueva. Número especial Navidad–Fin de año 2011