JOSÉ LUIS CELADA | Redactor de Vida Nueva
“Ojalá este año todos escribamos con el mismo interés que leemos: el de aprender, más que el de enseñar”.
“A mí en los libros me gusta leer solo lo que está escrito”, decía el lector protagonista de Si una noche de invierno
un viajero, de Italo Calvino. Sincera declaración de principios, muy a tener en cuenta en este tiempo de dobles lecturas y triples saltos mortales.
Cuántas obras derrochan páginas y páginas en un afán infructuoso por desmenuzar la realidad (o la ficción) a base de interpretaciones innecesarias, mientras pierden lectores por el camino. Quizá porque sus autores se empeñan en ignorar que cualquier libro solo está definitivamente terminado cuando un lector lo ha leído, “desde el principio hasta el fin”, como le gustan al personaje de Calvino.
Emprender con él ese viaje incierto pero apasionante de la creación literaria que propone su novela, (re)leyéndola este invierno al calor del hogar, puede ser una extraordinaria ocasión para el disfrute. Pero también una necesaria cura de humildad para quienes jugamos una y otra vez a ser escritores, cuando apenas llegamos a simples plumillas que se abastecen en el tintero del propio ombligo.
Ojalá este año todos escribamos con el mismo interés que leemos: el de aprender, más que el de enseñar.
En el nº 2.786 de Vida Nueva