JOSÉ MARÍA ARNAIZ, SM | En los días del anuncio de la lista de los nuevos cardenales, me encontraba en dos países diferentes: México y Chile. El tema no salió, en la práctica, en los medios de comunicación. ¿Por qué? Se lo pregunté a un periodista. Su respuesta fue categórica: “Ustedes cada vez son menos significativos y creíbles en su modo de proceder, y tomen nota de ello; por eso no interesan”.
Seguimos conversando. Él es periodista que cubre temas religiosos. “En lo relacionado con poder, dinero y felicidad y goce, ustedes, gente de Iglesia, no atinan. Lo hacen mal. Funcionan como sistema cerrado, idealizado, sacralizado, y eso es un peligro. No produce una adhesión cordial de sus mismos implicados en el proyecto”.
Y ahora hablo yo. Cuando leí la lista de los nuevos cardenales, pensé en los que estaban y en los que no estaban; vi que en la práctica no había ninguno de América Latina y de África; que faltaba la dimensión global de la Iglesia en la selección.
Tomé nota de que, de algunos países, el número es excesivo y cada vez aumenta más. La presencia de italianos está sobredimensionada; la reducida presencia de América Latina y El Caribe, muy notoria. Se nota que en todo esto hay premios, quizás merecidos, y también castigos, difíciles de entender.
Por supuesto que puede fallar el método, la claridad en el perfil del cardenal para una Iglesia del siglo XXI y las tareas que se les puede asignar. Con el proceso que se sigue en la elección, difícil llegar a otros resultados. Por lo mismo, aceptamos las palabras de uno que ya es cardenal: “Hay una urgente necesidad de reforma en la Iglesia” (cardenal Ch. Schönborn).
Esta noche, al saber que tenía que escribir esta columna, soñé. En el consistorio del año 2025, las cosas serían de un tono diferente. Los nominados cardenales llegarían a 25; 12 de ellos, laicos, y ocho, entre ellos, mujeres; un tercio de raza blanca, otro tercio de color y el resto muy variado; el más joven tendrá 49; una de las mujeres llegaba a los 70. Todos ellos son líderes espirituales natos y su hablar es sencillo, directo, narrativo, propositivo, apasionante.
Me desperté porque estaban recibiendo un aplauso general. Todos ellos habían sido propuestos por el Pueblo de Dios, por “votación directa” por Twitter o Facebook, y eran unos muy buenos ciudadanos de este mundo. Vestían una túnica roja, la del premio al mérito, al servicio generoso y entregado. Cuando les toque elegir al papa, lo van a hacer después de analizar los grandes desafíos de la Iglesia en nuestros días, de establecer un perfil nuevo y, por supuesto, después de haber soñado con otra Iglesia posible o imposible, ya que lo imposible es necesario.
En el nº 2.786 de Vida Nueva.