CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
“No acaba uno de saber el grado de demagogia que hay en el asunto de la derogación o de la revisión de los Acuerdos entre España y la Santa Sede…”.
Aquel diputado comenzaba reiteradamente su discurso denunciando, de forma altisonante, al imperialismo de los Estados Unidos y del Vaticano. Como era intervención de sobra conocida, el interés que prestaba la Cámara no solía ser mucho, pues las palabras del perseverante parlamentario sonaban a disco rayado. Se repetían machaconamente una y otra vez: la culpa de todos los males la tenían el imperialismo yanqui y los curas.
Con otras palabras y con peor intención, lo de las relaciones y acuerdos de España con la Santa Sede parece ser un tópico siempre dispuesto a sacárselo de la manga algunos políticos de izquierdas. Y no es que vean el origen de todos los males en las relaciones con el Vaticano, sino que lo de denunciar los Acuerdos les suena a progresía y buen ver político.
Cosa extraña es esta, cuando de todos los países que en el mundo son, solamente una escasa veintena de los estados soberanos no mantienen relaciones diplomáticas con la Santa Sede. Pero, incluso para esos países, existen unas delegaciones apostólicas que se cuidan del buen entendimiento entre los respectivos pueblos.
No acaba uno de saber el grado de demagogia que hay en el asunto de la derogación o de la revisión de los Acuerdos entre España y la Santa Sede. ¿Es una idea recurrente para presentarse con marchamo de progreso o coletazo de resabios sectarios de una época y de un estilo laicistorro definitivamente obsoleto?
Que haya que revisar cuanto sea necesario para mejorar las relaciones, nadie sensatamente lo puede negar. Otra cosa bien distinta es pretender que España sea también diferente en el concierto de las naciones y juguetear a ser la rechifla del mundo mundial.
Por otra parte, es recomendable a ese grupo laicista y con no poco sectarismo que salga a la calle y se meta en los espacios donde la marginación está al orden del día, en los centros de acogida y atención social, en los programas de inserción de drogodependientes, en los centros de educación, en la ejemplar caridad de las parroquias, en la atención humana y espiritual a tantas personas. Y que después nos diga quiénes son los que reciben el beneficio de esos Acuerdos que reconocen a la Iglesia el derecho de ayudar a los demás.
Decía Benedicto XVI: “El diálogo que mantenéis con la Santa Sede favorece el intercambio de impresiones y de información, así como la colaboración en los ámbitos de carácter bilateral o multilateral de particular interés. (…) Se trata de un testimonio del compromiso de la Santa Sede y de la Iglesia católica, junto a la comunidad internacional, en la búsqueda de soluciones adecuadas a este fenómeno que presenta múltiples aspectos, desde la protección de la dignidad de las personas a la solicitud por el bien común de las comunidades que los reciben y de aquellas de donde provienen” (Al Cuerpo Diplomático, 9-1-2012).
En el nº 2.790 de Vida Nueva.