MIKEL LARBURU, Padre Blanco | Rara vez, fuera de la década negra de los 90 en Argelia, unos acontecimientos de la orilla sur del Mediterráneo están siendo cubiertos por la prensa española de manera tan profusa. El primer efecto que generaron en nuestros espíritus fue la sorpresa. Con el tiempo, de la euforia de una pureza romántica primaveral, hemos pasado rápidamente al duro invierno de la realidad. Esto nos ha clavado aún más profundamente en la idea de la excepcionalidad del mundo árabe; es decir, del estigma de la imposibilidad de cualquier progreso con el que estaría marcado el pueblo árabe.
Una vez más en nuestra historia, vemos cómo el islam nos conduce a nosotros mismos, a nuestro interior, porque no nos deja indiferentes. Pero, también nos priva de una cierta serenidad para escudriñar las semillas que van punteando.
Con el estallido de la primavera árabe, estamos asistiendo al nacimiento del individuo y de la modernidad. Estamos observando el paso de una religiosidad difusa hacia una religiosidad personal. Las sociedades árabes están evolucionando, difícilmente pero seguramente, hacia la diferenciación de esferas, que es la base de una sociedad moderna.
Muy lentamente, pero de forma segura, la democracia y los derechos humanos se están convirtiendo en la religión implícita. La democracia es el único sistema que permite un equilibrio de tensiones y el diálogo con estas violencias. Es el mejor sistema, pero el más frágil: es el único régimen que engloba en su seno a sus propios enemigos.
La política aprenderá a renunciar
a la religión, y viceversa.
Si no, las sociedades musulmanas
quedarán estancadas.
La política aprenderá a renunciar a la religión, y viceversa. Si no, mientras tanto, las sociedades musulmanas quedarán estancadas. Dicho esto, las transiciones van a ser complejas, pero son transiciones que ya están en marcha. Más: son irreversibles.
Hoy estamos con resultados electorales en la mano y vemos que el pueblo de la revolución no es el mismo que el pueblo de las elecciones. El período constituyente en marcha se enfrenta con el sentido que debe dar a la charia como base del derecho: o se toma como un sistema de pensamiento ético o se reduce a un catálogo de leyes y prescripciones.
Son sociedades que están fragilizadas. Los hombres viven en la incertidumbre, inmersos en la pobreza, y padecen una crisis sin precedentes en su masculinidad.
En frente, una clase de mujeres, bien formadas, a menudo pilares de la economía familiar, muy presentes en las plazas de Túnez y Egipto, que, tomando la antorcha de lo mejor del feminismo árabe, desconfían de los feminismos “otorgados” por el sistema y luchan como nadie para separar la ley civil de la ley religiosa; se afanan en la deconstrucción de los textos fundamentales.
Los cristianos de estas sociedades, ya sean de larga tradición en su seno o cristianos de nueva generación, ¿qué porvenir pueden presagiar para “el día siguiente” de las revoluciones árabes?
Los cristianos de Oriente desean el cambio;
están en contra de todo fanatismo.
Pero no quiere decir necesariamente
que desean un cambio de régimen.
Contemplando los seis países del Medio Oriente donde existen comunidades árabes, constatamos que son creyentes extremamente diversos, con muy poca homogeneidad. Lo mismo se puede decir de sus posicionamientos ante la situación actual.
Los cristianos de Irak padecen la situación del momento y emigran en cuanto pueden. El Líbano cristiano ofrece fracturas irreconciliables y alianzas políticas con Hezbollá y los chiitas “contra natura”, podríamos decir. Jordania y Palestina sufren de la perpetuación de la crisis con Israel. En fin, Egipto y Siria se encuentran en plena confrontación.
Los cristianos de Oriente desean el cambio; están en contra de todo fanatismo. Pero no quiere decir necesariamente que desean un cambio de régimen, una reforma interna. En cambio, están dispuestos a apostar por un reconocimiento a través de la ciudadanía, los derechos humanos. Este camino se aprecia sobre todo en la situación de Siria, donde el clero local, por ejemplo, muestra un anti-sunismo visceral y, por lo tanto, buscan el amparo “alaui” de Bachar al-Assad. ¿Pero es que es el momento de dialogar con el régimen sirio?
Termino con una pregunta para nosotros, iglesias del Viejo Continente, que podría muy bien venir directamente de la primavera árabe: la ceguera ideológica y práctica hacia todo lo que es religioso que planea sobre nuestro continente, y particularmente nuestro país, ¿no explicaría la sorpresa, por no decir la lejanía, con relación a nuestros vecinos de la orilla sur del Mediterráneo?
Otros países, por cierto muy laicos, están tomando en serio el hecho religioso como fuente de sentido de la vida. Porque, en el fondo, toda revolución tiende a la democracia, donde también la religión, con otras convicciones que buscan un sentido al devenir de la vida, encontrarán su lugar.
En el nº 2.790 de Vida Nueva.