JESÚS SÁNCHEZ ADALID | Sacerdote y escritor
“La Semana Santa es una fuerte llamada a la coherencia de vida. Estamos llamados a ejercer nuestra libertad. Porque, a pesar de la crisis, la Iglesia es sembradora de valores y esperanza…”.
La crisis institucional en la Iglesia es innegable. Nos recuerda que toda institución, para sobrevivir, debe poseer órganos regulados sabiamente y legítimos, sabiendo adaptarse a los tiempos. Y que sus mandatarios sean, además, acogidos con afecto por su entrega. Es decir, la comunidad debe considerar que la existencia de esa institución es valiosa y necesaria.
Por crisis suele entenderse la terminación de algo, que a su vez resuelve una situación. Indica la entrada en una situación nueva, que plantea sus propios problemas. La crisis presenta el abismo entre el pasado que ha perdido vigencia, y que sus gestores insisten en reciclar, y un futuro que se ha de construir.
Es curioso, pero en las épocas en que la Iglesia vivió en el temblor y en la proclamación osada de la inminente Parusía es cuando se proyectó la cristiandad. Así fue en los tiempos de san Pablo o de san Agustín. Este último fue consciente de aquella crisis que demolía el Bajo Imperio Romano y, para darle un sentido, nos dejó La ciudad de Dios. Siempre que se dio una crisis histórica grave, la atención de los cristianos se dirigió casi a las profecías.
Un auténtico católico debe desear la Segunda Venida, recordando que el que una vez vino es el que ha de venir, el erjómenos. Este anhelo se vuelve apremiante.
La Semana Santa es una fuerte llamada a la coherencia de vida. Estamos llamados a ejercer nuestra libertad. Porque, a pesar de la crisis, la Iglesia es sembradora de valores y esperanza.
En el nº 2.794 de Vida Nueva.