JOSÉ LUIS CELADA | Redactor de Vida Nueva
“El encuentro con las letras siempre rejuvecene, embellece y colorea la temblorosa y gris caligrafía de nuestra andadura vital…”.
La Sonata de Primavera de Valle-Inclán, el Cuento de Primavera de Rohmer, La Primavera de Vivaldi… Literatura, cine, música y tantas otras artes han recurrido a lo largo de la historia a una estación que ha inspirado (y bautizado) muchas de sus creaciones. Primavera es también sinónimo de juventud, el tiempo del “mayor vigor y hermosura” –como recoge la RAE en una de sus acepciones–, ese período del año asociado al florecimiento de nuestros campos en un estallido de color…
Ahora bien, más allá de aniversarios y convenciones varias, sería bueno reparar en un detalle: el amanecer primaveral cada 21 de marzo coincide con el Día Mundial de la Poesía y, apenas un mes después (23 de abril), celebramos el Día Mundial del Libro.
Dos fechas que invitan a redescubrir el hábito de la lectura, pero que, además, por su afortunada ubicación en el calendario, nos recuerdan que el encuentro con las letras siempre rejuvecene, embellece y colorea la temblorosa y gris caligrafía de nuestra andadura vital. ¿Por qué dejarlo entonces para el verano, si ya la primavera festeja a lo grande el saludable placer de leer?
No ampliemos innecesariamente el espectro de alergias propias de esta época, cuando el remedio es tan fácil.
En el nº 2.795 de Vida Nueva