PEDRO JOSÉ GÓMEZ SERRANO, colaborador del Instituto Superior de Pastoral de Madrid | Hace un año vimos con sorpresa cómo esos jóvenes españoles tantas veces calificados como indiferentes a la vida pública, tomaban la Puerta del Sol e iniciaban un movimiento que fue imitado en todo el mundo.
Algunos llegaron a contraponer de un modo poco acertado a los “jóvenes indignados” de las acampadas con los “jóvenes esperanzados” de las JMJ. Ambos grupos son minoritarios en la juventud, pero constituyen parte de sus mejores representantes.
El desafío pastoral consiste en promover en el Pueblo de Dios lo mejor de ambos colectivos: la crítica y la creatividad social de los primeros y la alegría y la densidad espiritual de los segundos.
Los jóvenes indignados constituyen una fuerza profética con muchos de sus rasgos clásicos: indignación interior contra lo que “clama al cielo”; denuncia pública de la injusticia (movilizaciones); realización de “gestos simbólicos” provocadores (de las asambleas a la forma de aplaudir); formulación de propuestas alternativas (ampliamente discutidas) y prácticas liberadoras (pensemos en su oposición a los desahucios), junto a otras que alimentan la esperanza (encuentros festivos). Más allá de aciertos o desaciertos concretos, su aparición ha sido una bocanada de aire fresco en un entorno abúlico.
Los profetas casi nunca ganan
las primeras batallas,
pero sacuden a la sociedad
para que avance hacia horizontes inéditos.
El fenómeno hoy tiene menor fuerza por motivos normales: pérdida de novedad mediática, desgaste de la dinámica asamblearia, evolución adversa de la situación económica, aparición de diferencias entre los promotores, carácter espontáneo de la organización, escasez de logros prácticos, etc.
Con todo, el movimiento no ha desaparecido en absoluto: de hecho, ha revitalizado a numerosos grupos inquietos, ha fomentado la reflexión crítica sobre la economía o la política y ha marcado profundamente a muchos de los jóvenes que han participado en sus acciones. Ese salto de “consciencia” y de “conciencia” puede estar gestando la aparición de los actores que impulsen otro mundo posible.
La experiencia pone de relieve la necesidad de alimentar fuertes convicciones éticas y espirituales para alterar el statu quo. Los profetas casi nunca ganan las primeras batallas, pero sacuden a la sociedad para que avance hacia horizontes inéditos.
En el nº 2.800 de Vida Nueva.
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