Más privilegios

Carlos AmigoPCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“Los más pobres, los más desasistidos y los más excluidos son los privilegiados de la acción de la Iglesia…”.

Si son como estos, cuantos más, mejor. Como el discurso es reiterativo y no sabe uno ya con qué intenciones, la verdad es que suele tener poco eco entre las gentes con las que uno se encuentra en la calle. Que si la Iglesia goza el privilegio de esto y de lo otro; que si es un grupo social protegido; que si está amparada por la derecha; que si tiene muchísimo poder… y, para finalizar, un alegato en favor de la revisión de los Acuerdos con el Vaticano y, si mucho se apura, a terminar con las relaciones diplomáticas con la Santa Sede. Así de claro. Y así de supino el desconocimiento, de la misa la media.

Entre lo del IBI y la campaña para la declaración de la renta, han vuelto a escucharse las voces indocumentadas que claman por poner firme a la Iglesia y desbancarla de todos sus “privilegios”. Pero también, pero con otros motivos, se han sacado a luz proyectos, números y dineros empleados en realizaciones sociales, educativas y culturales.

Casas para ancianos, enfermos crónicos, inválidos y minusválidos, orfanatos y centros para la tutela de la infancia, centros especiales de educación o reeducación social, ayuda social y caritativa, defensa de la familia y de la vida, etc. Es decir, que los más pobres, los más desasistidos y los más excluidos son los privilegiados de la acción de la Iglesia.

Para la Iglesia, es lo suyo. Y no presume de ello, sino que ofrece su colaboración para atender a aquellos que son deber para todos. Es verdad que la Iglesia recibe ayudas provenientes de la Administración del Estado, porque los contribuyentes, católicos o no, han expresado el deseo de que una parte de sus impuestos sea dedicada a las obras que realiza la Iglesia.

La Iglesia, por su parte, devuelve –en obras asistenciales, educativas y culturales– cuatro veces más. En términos meramente económicos, diríamos que la “inversión” de los fondos públicos en las obras de la Iglesia es altamente rentable.

Pues si todos los privilegios fueran como los que tiene la Iglesia, los que ayudan a servir a los necesitados, sean bienvenidos. Por otra parte, la Iglesia es consciente de que su credibilidad no va a venir por los números, sino por la ejemplaridad de los cristianos, que no buscan el aplauso de ser creíbles socialmente, sino de ser fieles al Evangelio de Jesucristo.

Decía Benedicto XVI: “La Iglesia no trabaja para sí misma, no trabaja para aumentar sus cifras y, así, su propio poder. La Iglesia está al servicio de otro: sirve no para ella misma, para ser un cuerpo fuerte (…). En este sentido, la Iglesia no busca su propio atractivo, sino que debe ser transparente para Jesucristo y, en la medida en que no exista para sí misma, como cuerpo fuerte, poderoso en el mundo, que quiere tener poder, sino que sea sencillamente voz de otro, se hace realmente transparente para la gran figura de Cristo y las grandes verdades que ha traído a la humanidad” (Encuentro con los periodistas, 16-9-2010).

En el nº 2.802 de Vida Nueva.

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