JUAN FRANCISCO ORTEGA, sacerdote de la Diócesis de Cartagena | “En tu Primera Comunión, tu primera marca”. Es lo que leí en un escaparate, y desde entonces, no dejo de pensar qué es lo que está pasando con las primeras comuniones.
Nunca hemos tenido tantos medios para dar la catequesis como ahora; nunca las catequistas han recibido tanta formación como ahora; nunca se han ensayado tanto las celebraciones de las primeras comuniones como ahora. Y así podríamos seguir con una larga lista del “nunca como ahora”. Y sin embargo, una vez que los niños reciben la Primera Comunión, la mayoría no vuelve por la parroquia. ¿Qué es lo que sucede?
En las reuniones prebautismales suelo contar una anécdota que puede arrojar un poco de luz. Cenando con una familia, en la televisión retransmitían un partido de futbol; de repente… ¡gol! Y el pequeño de la casa, que no tenía edad ni para distinguir a los jugadores, se puso a saltar y a gritar como un loco.
¿Por qué gritaba gol? Porque había visto a su padre, desde que era bebé, gritar muchos goles de su equipo. Y esto, ¿qué tiene que ver con el tema que nos ocupa? Pues mucho, porque si para el padre era importante el equipo de fútbol, para el niño también lo era.
De la misma manera, si para los padres es importante la fe, para el niño será importante la fe. Los padres son referentes para los hijos. Es esencial que la fe se viva en la familia.
Cada año preparamos las celebraciones de las primeras comuniones con más gestos y adornos consumistas, superfluos, que hacen que los niños no capten lo esencial de la celebración y la vivan no como parte importante de un proceso de fe, sino como su final, o como un acto social-obra de teatro, donde ellos son los protagonistas.
Dejemos a un lado toda mentalidad consumista. Es esencial que Jesucristo vuelva a ser el centro de las celebraciones. Para terminar, lanzo una pregunta ineludible: ¿qué ofrecemos y cómo acompañamos desde las parroquias todo el proceso de poscomunión?
En el nº 2.803 de Vida Nueva.
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