ALFONSO MILIÁN, obispo delegado para Cáritas Española | Me satisface profundamente acompañar la labor caritativa y social que la Iglesia realiza por medio de Cáritas. Las madres quieren a todos sus hijos, pero siempre miran con mayor ternura y dedican más tiempo a los que pasan por peores momentos. Así se comporta también la Iglesia, nuestra madre, de la que hemos recibido la fe, el amor y la esperanza.
En el corazón de la Iglesia, como en el de Jesús, los pobres ocupan un lugar privilegiado. A él se le iban los ojos, el corazón, los pies y las manos detrás de los enfermos, los pecadores, los leprosos… Y esto lo saben los pobres, los excluidos de esta sociedad. A quien primero acuden es a la Iglesia.
Cáritas, parte integrante y constitutiva de la Iglesia, atiende con amor de madre a quienes acuden con el corazón desgarrado, con un historial, a veces, conmovedor.
El voluntariado de Cáritas expresa el amor de la madre Iglesia hacia quienes vienen con la necesidad de que alguien les escuche y les ayude, y saben leer en las palabras y los sollozos algo más de lo que narran, porque el amor logra penetrar en lo más hondo del corazón.
Los voluntarios de Cáritas estáis llamados a ser verdaderos adoradores de Cristo, en la Eucaristía y en cada pobre en el que Cristo se manifiesta. “Todo lo que hagáis a uno de estos a mí me lo hacéis”. Vosotros prolongáis, de forma misteriosa, la procesión del Corpus venerando al Señor en esa incesante procesión de tantos pobres que se acercan a Cáritas.
Cuando acompañáis a un pobre al comedor, le lleváis a una residencia, pagáis la luz o el alquiler del piso a una familia en apuros, cuando promocionáis a los discapacitados, asesoráis a un desempleado, acogéis a los inmigrantes… es a Cristo a quien se lo estáis haciendo.
Por eso, los voluntarios de Cáritas sois un regalo de Dios para la Iglesia y para esta sociedad herida por el egoísmo y tan necesitada de amor desinteresado. Sois presencia amorosa de Dios nuestro Padre.
En el nº 2.805 de Vida Nueva.