Confidencial

Carlos AmigoPCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“Si todo este capítulo de la violación de la confidencialidad y el secreto de los documentos y, sobre todo, de la fidelidad de las personas, es sumamente grave, no deja de ser todavía mayor la responsabilidad ante acusaciones infundadas y actitudes difamatorias…”.

¡Total, para lo que hay que llevarse! Esta era la respuesta que repetía el cura del pueblo a los feligreses que le aconsejaban cerrar la puerta de su casa, pues siempre permanecía abierta.

Con todo esto de los Vatileaks, cuervos-topo y los papeles confidenciales en los despachos de la Santa Sede, he venido a recordar la respuesta de ese buen párroco: ¡aquí no hay nada que esconder! Otra cosa distinta es la confidencialidad y el secreto que deben tener aquellos asuntos que se refieren al honor y dignidad de las personas, y a la necesidad que la prudencia exige a la hora de exhibir informes de particular importancia.

Aquí también se puede hablar de ese omnipresente relativismo que parece no dar valor a nada, que no tiene en cuenta las responsabilidades morales ni los perjuicios y malestares que se puede ocasionar a las personas por la revelación de lo que debe permanecer siempre en la esfera de lo confidencial.

No tiene la misma importancia, ni la misma repercusión mediática, una opinión que un dogma, unos números relativos a la gestión más o menos eficaz de un directivo y la conducta moral de una persona.

Como no podía ser de otra forma, este asunto ha causado amargura y pesar dentro de los círculos más cercanos al Santo Padre y, en general, a todos cuantos aprecian a la Iglesia. En otros ambientes se ha disparado la fantasía y, cómo no, el anticlericalismo con sus más sectarios prejuicios.

Lo primero, lo de la imaginación, está preparando ya una serie de novelería en la que van a poder ver ustedes los mejores recursos del género: mafias y sectas, luchas por el poder, documentos secretos, códices a desvelar… Y todo ello aderezado con ese recurso del anticlericalismo que viste de sotana todos los prejuicios acumulados durante muchos siglos.

La preocupación, tanto en ambientes vaticanos como fuera de los espacios de la Santa Sede, está más que justificada. Pero no ha quedado en el tener que aguantar el disgusto y seguir adelante, sino que se ha puesto en marcha la acción judicial, con la determinación que procede y la confianza en que se aclararan los hechos y se depuren responsabilidades. La lealtad es condición indispensable para todo, y de una forma particular, para los colaboradores más inmediatos.

Si todo este capítulo de la violación de la confidencialidad y el secreto de los documentos y, sobre todo, de la fidelidad de las personas, es sumamente grave, no deja de ser todavía mayor la responsabilidad ante acusaciones infundadas y actitudes difamatorias respecto a las personas y a la misma institución, en este caso, la Iglesia católica.

Decía el papa Benedicto XVI: “La fidelidad de Dios es la clave y la fuente de nuestra fidelidad. Hoy quisiera llamar vuestra atención precisamente sobre esta virtud, que expresa muy bien el vínculo especial entre el Papa y sus directos colaboradores, tanto en la Curia romana como en las Representaciones Pontificias: un vínculo que para muchos tiene su raíz en el carácter sacerdotal del que están investidos, y se especifica después en la peculiar misión confiada a cada uno en el servicio al Sucesor de Pedro” (A la Academia Pontificia, 11-6-2012).

En el nº 2.807 de Vida Nueva.

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