–
Brummsteis / Machine
Autores: Peter Adolphsen. Traducción: Blanca Ortiz Ostal
Editorial: Lengua de Trapo, 2010
Ciudad: Madrid
Páginas: 172
–
ÁLVARO MENÉNDEZ BARTOLOMÉ | Desde que topé con el danés Peter Adolphsen he podido leer aquí y allá de qué modo es comparado con nombres bien conocidos del panorama literario universal: Alexander Kluge, Borges, Verne, H. G. Wells e, incluso, Arthur Machen y H. P. Lovecraft. Respecto a estos dos últimos, no es que las dos novelas cortas de las que hablamos ahora, Brummstein y Machine, sean propias del género de terror, pero sí hay que reconocer que envuelven cierto complejo misterio que escapa a la comprensión, que bien nos puede llevar por los más inverosímiles derroteros de la mente, allá donde anidan los miedos.
Así, la presentación implacable de la actividad geológica y biológica expuesta por Adolphsen hace que uno sienta vértigo ante la capacidad de su avance a través de miles de centurias y millones de años.
En Brummstein esta movilidad vertiginosa toma su centro en el hallazgo de una misteriosa piedra en las simas tortuosas de las enormes cavidades de las cavernas que yacen bajo las galerías subterráneas de los Alpes suizos. De esta piedra, alguien, un amante de los misterios geológicos, arranca con su pequeño martillo una pequeña pieza. Se trata de una anfibolita, también conocida como pizarra de hornablenda.
Corre el año de 1907. Hasta esa fecha, Adolphsen nos ha expuesto, exactamente igual que si estuviéramos leyendo un erudito tratado de orogénesis, el modo en el que los Alpes y todas sus cavernas se han ido formando en un proceso que dura ya tantos miles de millones de años que el relato ha de echar mano de la metáfora temporal del año solar, según la cual si la edad de la Tierra se representara a lo largo de 365 días, la extinción de los dinosaurios, por poner un ejemplo, acaecería un día después de Navidad, en tanto que nosotros solo estamos aquí desde el día 31 de diciembre de la metáfora.
Pero es el hallazgo de ese trozo de piedra, que emite un misterioso zumbido continuo, el que sirve al autor para insertar la medición de los millones de años en el espacio temporal concreto de varias generaciones de personajes. La novela entonces recorre gran parte del siglo XX de nuestra era a través de numerosos nombres e historias personales, unidos por la relación con la piedrecita hallada por uno de ellos: el augsburgués Josef Siedler.
La segunda novela, Machine, nos muestra otra curiosa elección de Adolphsen: aquí no será una piedra, sino una yegua del Eoceno, hace casi 56 millones de años, la que servirá de gozne o quicio literario.
Presentada como un personaje más, con la inclusión de sus propios pensamientos animales, esta yegua encontrará la muerte de modo accidental, de tal modo que su corazón, con el transcurso implacable del tiempo, quedará convertido en una gota de petróleo que será extraída en las reservas de la Green River Formation, en pleno corazón del estado de Utah, Estados Unidos.
Ese corazón o esa gota, que más adelante es refinada para transformarse en combustible, gasolina, arrancará en su momento adecuado la explosión de motor de un Ford Pinto, suponiendo el cambio radical de la vida de Clarissa y de Jimmy, a quien el relato ya antes ha puesto en curiosa relación con el corazón de la yegua, dada su calidad de empleado de la industria petrolífera.
Dejo aquí al lector estos breves datos argumentales. Leídos ambos títulos, queda comentar que la propuesta del autor danés es bien interesante.
Es cierto que una queja puede ser la de la excesiva profusión de datos científicos. Repito: en momentos a uno le parece estar leyendo una tratado introductorio de biología y de geología. En cualquier caso, es un añadido original nada desdeñable, pero árido en ocasiones.
Mas el envite principal de ambas narraciones es el acercamiento a la idea del azar y de si este es un azar puro y duro, irracional, sin orientación teleológica, o de si se trata de un azar aparente, de espejismo, detrás del cual todo está conducido por alguien inteligente que no deja lugar a las puras casualidades sin sentido.
Adolphsen, sin duda, apuesta por ese azar incomprensible que aterra. Ahí radican los monstruos esenciales y primigenios que vienen a anidar en nuestra mente, una mente que avanza confusa a través de los secretos designios del tiempo y del espacio. Una palabra empleada por el autor, somehow (en inglés tanto en el original como en la traducción), supone el pivote desde el cual lanzar la sempiterna cuestión que contiene la quintaesencia de la pregunta racional humana: ¿por qué hay algo en lugar de la nada?
La respuesta y apuesta por lo divino queda, en Adolphsen, expresada del siguiente modo: “El otrora Creador Omnipotente [ha quedado reducido] a una impureza casual en la nada”. Invito a leer el entramado de sus relatos para averiguar si, más bien, no podría haber sido de otro modo.
En el nº 2.802 de Vida Nueva.