JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
“Los mismos medios que se regocijan con las fotos del obispo Bargalló no han encontrado espacio para un jesuita que se estaba convirtiendo en un testigo incómodo de una guerra fratricida…”.
Paolo Dall’Oglio es un jesuita al que el régimen sirio de Bachar el Asad acaba de poner de patitas en la frontera con Líbano por no mantener “un perfil bajo” en sus críticas a los desmanes que se están cometiendo en aquel país y por pedir cambios a favor de una “democracia consensuada”.
“Yo soy un religioso. Mi verdadero país es el cielo, el Reino de Dios. Mi verdadero país es una pertenencia moral, no un lugar”, ha dicho a modo de tímida defensa.
Y he querido traerlo a este rinconcito por dos razones: primero, porque no me cabría todo el estupor para abordar la música acuática del caso Bargalló y sus ramificaciones con la política entendida como práctica mafiosa; y segundo, porque los mismos medios que se regocijan con las fotos del obispo no han encontrado espacio para un jesuita que se estaba convirtiendo en un testigo incómodo de una guerra fratricida de la que hace tiempo que han tenido que salir los periodistas, salvo los que han encontrado su tumba en Siria y sobre los que la comunidad internacional tampoco pide cuentas.
Como súbdito de ese reino al que todos estamos invitados sin necesidad de visado alguno, Dall’Oglio ha impulsado, aquí en la tierra, en un cachito del desierto sirio, la comunidad monástica de Deir Mar Musa, centrada en el diálogo interreligioso, una cosa no menor en un país donde los cristianos son el 8%, y a la que ha dedicado los últimos treinta años de su vida.
También se ha desgañitado pidiendo cambios democráticos y apelando a los derechos humanos en un país que masacra niños. Ahora que se aduce a la mínima que la Iglesia no tiene “soluciones técnicas” con las que articular una palabra sobre la crisis global que sufrimos, es notorio que este jesuita tampoco las tenía para resolver aquella situación de violencia ciega.
Sin embargo, ha utilizado las armas más reconocidas del reino al que pertenecen este religioso y tantos otros que no abren telediarios: las que denuncian a los tiranos y acarician a los desvalidos. Y el premio por no tener miedo ha sido el esperado. Nada nuevo. Nada en este mundo.
En el nº 2.807 de Vida Nueva.