ALBERTO INIESTA | Obispo auxiliar emérito de Madrid
“Todo puede ser música, si sabemos no solo oír, sino también escuchar el latido de la tierra; o sea, la canción de amor que nos dirige el Creador…”.
Confieso que he cambiado de chaqueta respecto a la música contemporánea. Antes no comprendía su tendencia no solo a suprimir toda melodía, sino hasta los mismos instrumentos musicales, sustituidos por toda clase de cacharros. Parecía que más que la música buscaban solamente el ruido, el sonido en bruto, y hasta alguna asociación se ha llamado así: Ars sonora.
Pues bien, ahora me pregunto: ¿Y por qué no? Veamos. Dios, en su creación, recrea nuestros ojos con un paisaje; nuestro tacto, con una hoja de geranio; nuestro gusto, con la miel, y nuestro olfato, con la rosa. ¿Y el oído? Con el sonido.
Unas veces, acompañando al hombre en sus composiciones musicales. Pero otras, directamente, con el canto de un pájaro, el mugido del mar, el suspiro del viento o el murmullo de una fuente.
¿Y los otros sonidos, los que llamamos ruidos? ¿Por qué no? Depende de nuestra actitud interior. Por ejemplo, bien podríamos escuchar el ruido del agua descargando la cisterna del water, si nos hacemos conscientes de que detrás están Dios que ha creado el agua, los hombres que la han canalizado, los fontaneros que la han instalado, etc.
Entonces, todo puede ser música, si sabemos no solo oír, sino también escuchar el latido de la tierra; o sea, la canción de amor que nos dirige el Creador.
Lo cual no impide en absoluto que para ciertos momentos prefiramos una cantata de J. S. Bach, un concierto de Mozart, la Novena de Beethoven o un cuarteto de Schubert, por ejemplo.
Entretanto, bien podemos atender los sonidos de cualquier composición musical, aunque no tenga melodía ni programa, en cuanto es la colaboración del hombre y del Espíritu Santo, que lo ha inspirado y nos lo transmite por el aire –que, por cierto, es su más claro símbolo: el Espíritu, el viento santo–.
En vacaciones hay más tiempo para escuchar la canción de Dios en los sonidos de la Tierra. ¡Felices y sonoras vacaciones!
En el nº 2.812 de Vida Nueva.