CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
“Necesitamos un atrio, muy abierto, para que en él puedan estar los ‘indignados de la Iglesia’. Los que no están de acuerdo con el proceder del gobierno pastoral…”.
Hemos recibido con gratitud y aplauso la propuesta de Benedicto XVI de abrir el Atrio de los Gentiles como un recurso importante dentro del programa de la nueva evangelización y del Año de la fe. Se trata de estar dispuestos al diálogo con todos los hombres y mujeres del mundo, intercambiar ideas y proyectos, reflexionar sobre la historia, la cultura, asumir responsabilidades comunes, tender nuevos puentes para el acercamiento…
Esta feliz iniciativa abre un gran espacio para la comunicación y el encuentro entre grupos diferentes, no solo gentiles, sino también creyentes. Necesitamos un atrio, muy abierto, para que en él puedan estar los “indignados de la Iglesia”. Los que no están de acuerdo con el proceder del gobierno pastoral, los que opinan en lo opinable y discrepan en aquello que su conciencia se lo permita.
El atrio de los contestatarios, que critican estructuras, programas y directrices, y que reclaman que, antes de programar, también se pueda oír su voz. El atrio de los críticos con la jerarquía, pues les parece que se queda corta, va muy lejos o, simplemente, que no actúa como ellos quisieran que debiera proceder.
Muchos pueden ser los atrios a los que entrar, pero para dialogar, no para imponer. Para compartir la fe, no para hacer un Evangelio a la medida del gusto de cada uno. Para reafirmarnos en una fidelidad responsable, consciente y libre sobre la aceptación de lo que Dios ha revelado de sí mismo.
Antes de entrar en tan necesario e importante foro del diálogo, será conveniente descalzarse de prejuicios, de actitudes desconfiadas, de injustos empeños proselitistas, de presentarse como dueño absoluto de la verdad, con recelos sobre la capacidad del interlocutor para comprender al que piensa distinto, suponer intenciones preconcebidas y dar por hecho que el encuentro y el diálogo no sirven de mucho.
Una actitud positiva, tratando de ponerse en la situación del interlocutor, esforzándose para comprender las motivaciones que tiene para pensar así, la rectitud de sus intenciones y el deseo de encontrar la verdad y vivirla sinceramente, de tender la mano y ofrecer humildemente lo que uno tiene, sin renunciar a los propios convencimientos e identidad, pero abiertos a la escucha de quien piensa de otra manera.
También aquí las lanzas han de convertirse en podaderas. El mejor manual para el buen dialogante puede ser el que recomendaba san Pablo: “Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés, sino el de los demás” (Flp 2, 3-4).
Decía Benedicto XVI: “Hoy más que nunca es indispensable aprender el valor y el método de la convivencia pacífica, del respeto recíproco, del diálogo y la comprensión” (Homilía en la Jornada Mundial de la Paz 2012).
En el nº 2.813 de Vida Nueva.