J. L. CELADA | Su título suena a cuento, pero cuesta imaginar algo tan real como Érase una fe, el relato in situ y en primera persona de la experiencia creyente de dos jóvenes parisinos en contacto con cristianos de las más diversas latitudes. A primera vista, dada su condición de mochileros, sus bicicletas ergonómicas y sus “exóticos” destinos, podría parecer que se trata de una pareja de concursantes de ‘Pekín Express’ o ‘Perdidos en la tribu’. Nada más lejos del reality show.
Camino de los 30, Gabriel de Lépinau y Charles Guilhamon han decidido emprender un insólito viaje de un año por el mundo “en busca de cristianos olvidados” –en muchos casos, también perseguidos–, con un único propósito: “Saber lo que nos une, cuando en el día a día casi todo nos separa”.
Turquía, Siria e Irak son sus primeras etapas. Allí, en la castigada ciudad de Mosul, por ejemplo, compartirán los miedos de quienes admiten que su fe “no es fácil, pero sí fuerte”… y “militante”, lo cual provoca la admiración y la reflexión en nuestros protagonistas.
Al ritmo de un pedaleo que favorece la oración, este fresco y ágil documental francés nos conduce luego a la India. Víctima de reiterados ataques, la Iglesia que peregrina en el estado de Orissa brinda al espectador un incomparable testimonio de perdón y de amor hacia sus perseguidores.
También aquí, como en Nepal, en China –donde celebrarán la Navidad– o en Tailandia –con una insólita vigilia mariana en plena jungla–, asistimos a una silenciosa catequesis a prueba de bombas y de aislamientos (geográficos y carcelarios): la transmisión de padres a hijos de una fe viva, gozosa y abierta a la convivencia pacífica con otras religiones.
Una cinta que interpela
Del lejano Tíbet, los improvisados aventureros saltan a Latinoamérica, donde la fuerza del Amazonas y el vigor de las comunidades locales zarandean su cuerpo y su espíritu, como tienen ocasión de confesar ante la cámara. A ratos confidente, por momentos interpeladora, siempre fiel reflejo de cuanto va saliendo a su encuentro, ella será la mejor compañera en un periplo que tiene su próxima parada en África.
El continente fecundado por la sangre de Carlos de Foucauld o de los monjes de Tibhirine, cuyas tumbas son hoy un símbolo de unidad para el pueblo argelino, es el escenario del último tramo de una cinta que recoge con sencillez y naturalidad las múltiples expresiones de una única fe.
Cuenta para ello con la inestimable colaboración de dos amigos dichosos por poder compartir pan –también el de la Eucaristía– y techo con incontables hermanos y hermanas a lo largo de casi una veintena de países.
Cercano ya el final, ambos viajeros reconocen haber probado la sal de la tierra de la que habla el evangelio. Y otro tanto podríamos decir quienes hemos tenido la oportunidad de ver este trabajo de Pierre Barnéiras, un sincero homenaje, a su vez, a esas personas o instituciones como Ayuda a la Iglesia Necesitada –entidad colaboradora del proyecto– empeñadas en visibilizar realidades que no tienen nada de cuento.
TÍTULO ORIGINAL: Il était une foi.
DIRECCIÓN: Pierre Barnéiras.
EDICIÓN: Pierre Barnéiras y Thomas Lerudu.
MÚSICA: Thierry Durel y Louis de Lépinau.
PRODUCCIÓN: Pierre Barnéiras.
AUTORES: Gabriel de Lépinau y Charles Guilhamon
En el nº 2.816 de Vida Nueva.