CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
“Este reconocimiento de san Juan de Ávila como doctor de la Iglesia es una distinción muy especial que recibe no solamente la Iglesia, sino todo el pueblo español…”.
Maestro en muchas escuelas. Sobre todo, en la de su propia vida, que es un brillante e incuestionable ejemplo de la contemplación del misterio de Dios, de la pobreza y humildad del seguidor de Cristo y de la entrega incondicional y sin medida al servicio de todos, particularmente de los más desfavorecidos de este mundo.
Doctor de la Iglesia. Y con tanto merecimiento. Doctrina bien asentada en la Sagrada Escritura, escritos notables, santidad de vida, predicación apostólica, enseñante de clérigos, sabio y prudente director espiritual, misionero incansable, fundador de colegios y de la Universidad de Baeza, amigo de santos y escritores místicos, como Ignacio de Loyola, Juan de Dios, Francisco de Borja, Luis de Granada, Francisco de Osuna…
Juan de Ávila fue reformador desde dentro, sin grandes proclamas y denuncias, sino con toda la fuerza de la palabra de Dios, que, antes de ponerla en los labios en la predicación, la llevaba en su corazón desbordado por el amor de Dios.
El anuncio de la palabra de Dios, la oración y la dirección espiritual eran los instrumentos providenciales que Dios había dado a este apóstol de Andalucía para realizar este programa misionero que, en un principio, pensaba llevar a las tierras de ultramar recién descubiertas. Pero Dios, que siempre llega puntual, le hace saber por intenciones de obispos y compañeros de estudio que su misión y prédicas han de verse y oírse en ese lugar del sur de España.
Este reconocimiento de san Juan de Ávila como doctor de la Iglesia es una distinción muy especial que recibe no solamente la Iglesia, sino todo el pueblo español, que puede incluir en la historia de la espiritualidad y de la literatura mística una figura de esta relevancia.
Cuando tanto se habla de la historia y de su memoria, la Iglesia presenta un documento vivo, propiedad de todos, maestro indiscutible de la ciencia y ejemplo de virtud, y un escritor que puede estar en el catálogo de los mejores cultivadores de las letras españolas.
No estaría de más el reconocimiento de esta faceta literaria de san Juan de Ávila con alguna distinción particular por parte de las instituciones académicas universitarias más relevantes de nuestra nación. Porque el Maestro Ávila enriqueció de manera notable la historia de las letras españolas.
Si el patrono del clero secular español desde el año 1946 recomienda no cansarse de mirar a Cristo y estar permanentemente abrazados a su cruz, porque mirarse a sí mismo trae desmayo y, por el contrario, dejándose arrebatar por Cristo, nos subimos y elevamos, también el cuidado de las letras conduce al encuentro con las personas para hacerles sentir mejor la sabiduría y el amor de Dios.
Decía el papa Benedicto XVI: “Con esa confianza, aprended de Aquel que se definió a sí mismo como manso y humilde de corazón, despojándoos para ello de todo deseo mundano, de manera que no os busquéis a vosotros mismos, sino que con vuestro comportamiento edifiquéis a vuestros hermanos, como hizo el santo patrono del clero secular español, san Juan de Ávila” (Homilía en la catedral de La Almudena, Madrid, 20-8-2011).
En el nº 2.817 de Vida Nueva.
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