GINÉS GARCÍA BELTRÁN | Obispo de Guadix
“Por más que pueda molestar a los que piden otro concilio o a los que piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor, vivimos aún en la etapa de recepción del Vaticano II…”.
Cincuenta años pueden parecer muchos, sobre todo, para los hombres y mujeres de este tiempo tocado por la prisa. Cómo cambia todo y a qué velocidad, decimos. Sin embargo, cincuenta años no son muchos para asentar y hacer vida acontecimientos como el Concilio Vaticano II.
El gran don de Dios a la Iglesia contemporánea que es este gran Concilio, necesita tiempo para no ser un corpus de doctrina más, o un espíritu fácil de manipular según quien lo lee y desde qué óptica. Por más que pueda molestar a los que piden otro concilio o a los que piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor, vivimos aún en la etapa de recepción del Vaticano II. Ese Concilio es una gracia que está todavía por descubrir.
La recepción de una realidad tal, exige conocerlo, meditarlo, estudiarlo y hacerlo vida de la Iglesia. Es el cuerpo eclesial el que ha de acoger el don y vivir según sus inspiraciones.
Desde la celebración del Concilio han cambiado muchas cosas, entre ellas, el mundo en el que vivimos y los valores que lo inspiran; sin embargo, el Vaticano II sigue siendo “una brújula segura para orientarnos en el camino”. La enseñanza de ese Concilio “no pierde su valor ni su esplendor”.
En los próximos años se va a escribir y a decir mucho, y espero que bueno, del Concilio Vaticano II. Sin embargo, lo primero y más importante, es que leamos o releamos sus documentos. Hemos de acercarnos a ellos con sencillez y con espíritu de fe, dejando que nos hablen, sin buscar respuestas ya pretendidas. Es necesario leer el Concilio en el contexto amplio del Magisterio y de la Tradición de la Iglesia. Este acercamiento nos descubrirá, sin duda, que es el Espíritu Santo quien guía a la Iglesia.
En el nº 2.819 de Vida Nueva.
