CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
“La Iglesia no tiene ningún miedo a la verdad documentada, pero le preocupa la historia-ficción como fuente y criterio de conocimiento…”.
La polémica era interminable. Que si los indios, que si los conquistadores, que si los encomenderos, que si el oro que se robaba, que si las masacres… En fin, que nunca se acababa de hablar de la conquista y evangelización de América, pero daba la impresión de que aquello que menos importaba era la historia real, sino las interpretaciones, desde unos criterios e ideologías contemporáneos, que cada uno quería exponer para defender sus puntos de vista.
“Tráigame aquí a esos historiólogos”, me decía el viejo y querido profesor y enamorado especialista de archivos y bibliotecas. Que vengan a este archivo de Simancas y les abriremos arcones y vitrinas, pondremos delante legajos y papeles bien escritos y refrendados. La respuesta a los interrogantes de la historia no viene de la fantasía sino del documento contrastado.
Ahora es un papiro del siglo IV, completamente falso, que habla de un Jesús en feliz matrimonio. Siglos hace que fuera la papisa Juana y, muy cerca de nosotros el famoso Código da Vinci. No hablemos nada de Prometheus y todos sus enredos sobre los dioses y el origen del universo. De nuevo la fantasía y la credulidad de las gentes, que más cuenta le echan al tongo que a la verdad. Parece ser que cuanto más falso, más propaganda para esa feria de antiguallas y falsedades.
Los autores de estos guiones y novelas suelen aducir que ellos no hacen historia, sino comedia. Y razón tienen en ello. Lo malo es que lo presentan con tan indiscutible autoridad, que los potenciales lectores y espectadores hacen realidad de la fantasía y criterio de conocimiento lo que no es más que imaginación.
La historia necesita más investigación y menos chatarra. Ir a las fuentes, buscar información, consultar a los sabios. Si de la historia de la Iglesia se trata, muy buenos son los archivos de los que disponemos y dignos de todo crédito nuestros historiadores, pues ofrecen como avales sus muchas horas de investigación para recoger las huellas de la historia que han quedado grabadas en los documentos escritos. La Iglesia no tiene ningún miedo a la verdad documentada, pero le preocupa la historia-ficción como fuente y criterio de conocimiento.
Ya se lo advertía san Pablo a Timoteo: vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas.
Decía Benedicto XVI: “¿En qué se basa esta fe en Dios Padre? Se basa en Jesucristo: su persona y su historia nos revelan al Padre, nos lo dan a conocer, en la medida de lo posible, en este mundo. Creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, permite ‘renacer de lo alto’, es decir, de Dios, que es Amor” (Angelus, 8-1-20129).
En el nº 2.820 de Vida Nueva.