Las entrañas de Cáritas [extracto]
JOSÉ MORENO LOSADA, consiliario general del Movimiento de Profesionales Cristianos | Hace unos días compartí reflexiones con un centenar de voluntarios de Cáritas en sus jornadas anuales de formación. Me pidieron que les ayudara a hacer lectura creyente del momento actual y buscar claves de respuesta para su quehacer comprometido.
Allí fui con el deseo de profundizar en algo fundamental, la máxima evangélica que le da Jesús a Marta: “Solo una cosa es necesaria”. Poder entender la vida desde esta clave es un misterio y un camino de salvación para quien se atreve a recorrerla.
La crisis es un tiempo oportuno para la esperanza, para poder volver a encontrar lo único que es necesario en la vida, frente a todo lo prescindible y superficial. Para eso me servía una anécdota sencilla: al padre de Mario –sacerdote joven y compañero de estudio del Evangelio– le oí decir un día que daba gracias a Dios porque, en un momento de su vida, se había arruinado y la ruina le ayudó a descubrir lo más importante de la vida, la vida misma, las relaciones de verdadero amor y autenticidad.
Leímos esa anécdota a la luz de la parábola del tesoro escondido en el campo y cómo el encuentro con lo más valioso produce alegría y hace que uno entregue todo lo demás y lo considere de menor valor con tal de tener lo único importante y necesario.
Ahí descubrimos algo que llevamos tiempo viviendo: Cáritas no pide, ni siquiera reparte, sino que da y ayuda a encontrar el tesoro, lo único importante. Y lo hace con todos.
El sentido y el sentir de Cáritas
es camino para encontrar el tesoro de la vida.
Lo importante es entrar en la dinámica del Reino,
de la felicidad evangélica, de la bienaventuranza.
El sentido y el sentir de Cáritas es camino para encontrar el tesoro de la vida, y este camino es el mismo para todos, independientemente de la condición social, cultural, económica, legal, religiosa, familiar… Lo importante es entrar en la dinámica del Reino, de la felicidad evangélica, de la bienaventuranza.
Quedó claro que lo importante no es lo que damos o hacemos (otros pueden dar y hacer mucho más), sino el espíritu que vivimos y que queremos que habite en la humanidad; ese es nuestro tesoro auténtico: los sentimientos de Cristo Jesús; solo desde ahí tiene sentido lo que damos y decimos.
Por eso hay que tener mucho cuidado en estos tiempos de volver a la limosna farisaica, o a los alimentos entregados sin más… No se trata de eso; es más, tiene mucho peligro quedarse solo en eso, porque nos puede alejar de la verdadera conversión que Dios nos pide desde la crisis.
Hemos de ir al fundamento: el amor que nos hace pobres para enriquecer, y que nos recuerda a Cristo, que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Hemos de volver a esta experiencia de vida, la que nos sitúa en el amor verdadero; y eso descubriendo que es verdad, no porque lo dice el Evangelio, sino porque ocurre en la vida.
Los pobres son el tesoro
Una voluntaria contó cómo ella había recibido una lección única –una revelación divina– desde una sencilla mujer mayor, que le contaba cómo los que aman se hacen pobres enseguida; ella había guardado sus ahorros durante muchos años, y ahí tenía su seguridad, pero ahora su hijo se había quedado parado y no tenía para la hipoteca y poder seguir hacia adelante. Sacó todos sus ahorros –es decir, su seguridad– y se los dio al hijo, porque lo amaba.
¡Qué pronto y con qué facilidad se hacen pobres –o se enriquecen, según se mire– los que aman! Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. Los santos padres decían que el verdadero tesoro de la Iglesia son los pobres, porque de ellos nos viene la verdadera riqueza, la salvación.
La crisis no solo nos pide
ayudar a los “desafortunados”, sino
transformar nuestras vidas para enriquecernos
con el Evangelio del amor y la gratuidad.
Por eso, en estos tiempos de crisis, estamos llamados como cristianos no solo a socorrer necesidades más escandalosas, sino a presentar en obras y palabras aquello que es lo único necesario, y que cuando los hombres lo encuentran, la sociedad se transforma y ya no se necesita “andar pidiendo para dar”, sino que se comparte porque todos aportan lo que tienen y reciben según necesitan en la fraternidad del amor que genera justicia y dignidad para todos.
Ahí tocamos las raíces verdaderas de la crisis y acabamos dignamente con la pobreza de todos, de los que no tienen y de los que ponen todo su corazón y seguridad en las riquezas acumuladas. Se trata de hacer llegar a toda la comunidad cristiana y humana que el verdadero valor de la vida está en la fraternidad, y que no hay verdadero “bien-estar” sin trabajar el “bien-ser” de cada corazón.
Ahí está el reto y el tesoro que llevamos en vasijas de barro, y así el espíritu de Cáritas no queda encerrado en una institución o unas acciones, es el ser y las entrañas de la Iglesia, que está llamada a encarnar hoy en esta historia los verdaderos sentimientos de Cristo Jesús. La crisis no solo nos pide ayudar a los “desafortunados”, sino transformar nuestras vidas para enriquecernos todos con lo único necesario: el Evangelio del amor y la gratuidad.
En el nº 2.822 de Vida Nueva.
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