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Discurso de Elías Royón en la inauguración de la 19ª Asamblea General de CONFER 2012

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Mis primeras palabras quieren ser un saludo agradecido al Sr. Nuncio que nos preside en nombre de su Santidad y comparte con nosotros un acontecimiento tan importante para la vida religiosa española como es la Asamblea General de CONFER. Gracias por sus palabras, que muestran su estima y aprecio por la vida consagrada. Por su mediación, Sr. Nuncio, quisiéramos hacer llegar al Santo Padre los sentimientos de fidelidad y amor de los religiosos y religiosas españoles, así como nuestro ánimo y disponibilidad para acoger la convocatoria misionera de la Nueva Evangelización.Descargar PDF - Discurso apertura Asamblea Confer 2012

Nuestro agradecimiento al Presidente de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada, Don Vicente, por sus palabras y porque, un año más, haya querido acompañarnos durante toda la Asamblea; una muestra de su cercanía a CONFER y su afecto a la vida religiosa, que tenemos ocasión de comprobar con tanta frecuencia. En él saludamos a todos los miembros de la Comisión Episcopal, algunos de los cuales nos acompañan en estos momentos, y otros que han anunciado que se harán presentes en los próximos días; y a nuestros Pastores, los demás Obispos de las Iglesias particulares donde los religiosos con su presencia y su ministerio enriquecen la comunión eclesial.

Nuestra gratitud al P. Eusebio, y a Don Francisco Cerro, obispos de Tarazona y de Coria-Cáceres, miembros de la Comisión Episcopal de Vida Consagrada, por su presencia.

Nuestro saludo a Lourdes Grosso, Directora del Secretariado de dicha Comisión, y a Lydia Jiménez, Presidenta de la Conferencia Española de Institutos Seculares.

Nos acompañan la Presidenta y el nuevo Secretario General de la FERE, al que deseamos la luz y la fortaleza del Espíritu en estos momentos tan difíciles para la misión de la Escuela Católica, con la que estáis comprometidos tantos de vosotros y vosotras Superiores Mayores.

Me complace saludar de un modo muy especial al Presidente y al Secretario General de Cáritas Española; es la primera vez que nos acompañan en nuestra Asamblea, y nos llena de satisfacción. Su presencia es un signo de las fraternas relaciones entre Cáritas y CONFER, que estatutariamente forma parte de la Comisión Permanente y del Consejo General de Cáritas. Pero sobre todo por la colaboración, a todos los niveles, de la vida religiosa con Cáritas. Es esta, además, una oportunidad para agradecer, en la comunión eclesial, la labor de reflexión, sensibilización y solidaridad evangélica, que Cáritas está haciendo en nuestra sociedad a favor de miles y miles de hermanos en esta situación de crisis.

La más cordial y fraterna bienvenida a todas vosotras y vosotros, Superiores Mayores, que constituís esta XIX Asamblea General de CONFER. Gracias por vuestra numerosa participación, que nos permite también este año, tener el cuórum necesario en la primera convocatoria para que la Asamblea quede formalmente constituida. Un signo de vuestro interés por todo lo que anima a la vida religiosa. Una colaboración que deseo agradeceros y dejar constancia de que en CONFER percibimos vuestro apoyo y aliento que nos sostiene en tensión de servicio a la vida religiosa.

Breve memoria del curso anterior

Aunque brevemente, quisiera hacer memoria de algunos de los acontecimientos más importantes que han tenido lugar en CONFER desde la Asamblea anterior.

En primer lugar reseño la visita que en el pasado mes de marzo hicimos en Roma, a la Congregación para Vida Consagrada y los Institutos de Vida Apostólica, la Vicepresidenta, la Secretaria General y un servidor. Fuimos recibidos en diversas audiencias por el Prefecto Cardenal João Braz de Aviz y el Arzobispo Secretario Mons Tobin. Pudimos comprobar el conocimiento, la estima y el aprecio que en la Congregación se tiene de la vida de los religiosos y religiosas españoles y la valoración de su misión apostólica. Tuvimos la oportunidad de informarles, con la mayor objetividad posible, acerca de aspectos importantes relacionados con la situación vocacional, el alcance y los objetivos de la reestructuración y revitalización de las Congregaciones, de los esfuerzos que se realizan por superar las dificultades actuales, del laicado, de las relaciones con nuestros Pastores, etc.

También visitamos en el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, a Mons. Rino Fisichella, quien agradeció las iniciativas llevadas a término por CONFER y el interés por acoger la convocatoria a la nueva evangelización; nos manifestó sus muchas esperanzas en lo que la vida religiosa puede aportar a ella, destacando de modo particular los ámbitos de la cultura y de la catequesis.

No faltó en nuestra estancia romana una fraterna conversación con algunos Superiores y Superioras Generales de habla hispana que se interesaron por la vida de CONFER y en general por diversos aspectos de la vida religiosa en España.

En anteriores ediciones de esta Asamblea os he informado que en la sede de la Comisión de Obispos y Superiores Mayores se estaba trabajando en la redacción de un nuevo texto que recogiera los Cauces Operativos para las relaciones mutuas entre Obispos y Superiores Mayores. En esta ocasión os puedo informar que ese texto, junto con una adecuada introducción, será presentado para su discusión, y esperamos que pueda recibir su aprobación, en la Asamblea de la Conferencia Episcopal de la próxima semana.

Nuestro compromiso en la construcción de la comunión eclesial

En este contexto me es grato afirmar que CONFER continúa atenta en la consecución de uno de los objetivos del trienio: la construcción de la comunión eclesial, fieles a aquella advertencia de Juan Pablo II de que “los espacios de comunión han de ser cultivados y ampliados día a día, a todos los niveles en el entramado de la vida de cada Iglesia” (NMI 45). Con humildad y agradecimiento al Señor, podemos afirmar que, aun con nuestras limitaciones, la vida religiosa española continúa empeñada con generosidad y lealtad en esa actitud de conversión que exige el trabajo por la unión en la caridad. Cada Iglesia particular es testigo de esta realidad; en ellas se concreta la colaboración pastoral y las relaciones interpersonales.

La expresión “espiritualidad de comunión” que recoge la exhortación Vita Consecrata nos hace comprender que está llamada a “promover un modo de pensar, decir y obrar, que hace crecer la Iglesia en hondura y extensión. La vida de comunión será así un signo para el mundo y una fuerza atractiva que conduce a creer en Cristo…” (VC 46). Convocados a una nueva evangelización y a celebrar, en el Año de la fe, el gozo de creer en Cristo, se hace todavía más exigente, si cabe, el compromiso por la comunión eclesial y su promoción como principio educativo para todos los miembros de la Iglesia, ya que nos sitúa a todos en el discipulado propio de los seguidores de Jesús.1

Una realidad significativa a este respecto está siendo la celebración de encuentros anuales entre los Obispos y los Superiores Mayores en las diversas regiones eclesiásticas, que en algunas de las cuales se había interrumpido. He sido testigo de esta evolución y he podido comprobar cómo ha crecido la confianza en las relaciones mutuas. Existe en los Pastores y en los Superiores Mayores, interés y voluntad de concederles, un marcado aspecto de encuentro de comunión eclesial, donde sea posible examinar y dialogar sobre las relaciones y la colaboración pastoral en las Iglesias particulares. Sin duda que la celebración de año de la Fe y la convocatoria del Santo Padre a la Nueva Evangelización, junto con la aprobación de los Cauces Operativos serán oportunidades para renovar estos encuentros y un motivo para retomar con nuevo empeño de comunión la tarea del anuncio de Jesucristo.

Acabamos de celebrar en Valencia el I Congreso Nacional de Pastoral Juvenil, organizado por el Departamento de Juventud de la Conferencia Episcopal, en el que la presencia y participación de la vida consagrada ha sido notable. Entre otros éxitos, ha sido un signo de esta comunión eclesial a la que me estoy refiriendo. Desde los primeros momentos de su preparación CONFER, a través del equipo de su área de Pastoral Juvenil y Vocacional, ha trabajado en estrecha colaboración con dicho Departamento.

En otro orden de cosas, en este curso hemos continuado la iniciativa comenzada el año anterior, dirigida a favorecer la reflexión compartida entre Superiores y Superioras Mayores sobre algunos de los asuntos que más nos preocupan, en un espacio que facilita el encuentro y el diálogo con otros Superiores Mayores y en un horizonte más amplio que el de la propia Congregación. Hemos afrontado seis temas de particular interés: la atención a las personas en las visitas canónicas y pastorales, animar la misión de los Superiores/as locales, la formación permanente como preparación para la jubilación, el trabajo en equipo de los gobiernos provinciales, y la vida comunitaria.

Nuestra postura ante la crisis

No podemos dejar de constatar, con enorme preocupación, el prolongarse angustioso de la crisis social y económica, que afecta cada vez a más sectores de nuestra sociedad. Como tuve ocasión de manifestar en mi mensaje de inicio de curso, Dadle vosotros de comer, y repito ahora aquí, es justo reconocer que la Vida Religiosa está respondiendo con gran generosidad e imaginación, a tantas tragedias, cuyas lágrimas y angustias no son para nosotros anónimas, sino de rostros que conocemos bien.

Nuestra vocación nos llama a ser testigos de la misericordia y el amor de Dios en el mundo, y este testimonio es el que hace creíble el anuncio del evangelio. En la inauguración del Sínodo el Santo Padre recordaba que los dos ejes de la evangelización son la “confessio” y la “caritas”. Es decir, la nueva evangelización deberá mostrar que la diaconía de la fe está íntimamente unida a la diaconía de la caridad, hasta el punto de formar una sola dimensión, porque, como se afirma en Porta Fidei, “la fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin la fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y la caridad se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino.” (14)

No podemos pues permanecer insensibles ante una sociedad que egoístamente ha desplazado a los márgenes a aquellos que para Jesús son el centro. Tenemos que preguntar con libertad evangélica a los responsables de los asuntos públicos, ‘cómo es posible que aun disponiendo de tantos medios económicos y técnicos, no han sido capaces de ordenar la vida común de un modo verdaderamente justo y humano’2, preguntar si se están repartiendo con equidad las cargas de la crisis, y si de verdad se esfuerzan por encontrar todos los recursos posibles y necesarios para remediar lo que ya son necesidades primarias como la comida, la salud y la vivienda.

Esta situación de crisis debe ser leída como una palabra de Dios que nos invita al examen orante sobre nuestra solidaridad cristiana. Os animo, como Superiores Mayores, a que sigáis acompañando a vuestros equipos apostólicos y a vuestras comunidades a permanecer vigilantes ante la situación y a interiorizar actitudes como la compasión y la pobreza religiosa. Nuestra solidaridad será siempre una solidaridad evangélica que, como tal, integra una cercanía compasiva hasta sufrir con los que sufren, y el compartir lo que se tiene con los que menos o nada poseen.

Es una ocasión también para recordarnos a nosotros mismos, e invitar a los que están en nuestro entorno pastoral, la necesidad de una verdadera conversión personal. Sin cambiar el corazón será imposible un cambio social que ponga en primer plano los valores de la justicia y la solidaridad, la ética y la búsqueda del bien común antes que los intereses particulares y partidistas. La conversión favorece una mirada compasiva hacia fuera y en el corazón una escucha atenta a lo que el Señor nos está pidiendo que cambiemos en la propia vida, personal y comunitaria, para hacerla cada día más conforme con la vida de Jesús, que no tiene donde reclinar su cabeza, que ama a los pobres y acoge a los pecadores.

“¿Cómo creerán si no son evangelizados?”

El hilo conductor de nuestras últimas Asamblea ha sido, como recordáis, la esperanza, que junto con la comunión son los dos focos de atención preferentes en nuestras actividades y presencias, según los objetivos que nos trazamos para este trienio.

Así, Nacer de nuevo para una esperanza viva era el lema de la Asamblea del año 2010. El año pasado esta esperanza pasaba por cultivar en nuestras comunidades y en nuestra pastoral una “cultura vocacional”. La promoción vocacional se mostraba como un auténtico desafío a la vida y a la misión de los religiosos y religiosas, a la vez que se ofrecía como elemento inductor de esperanza en nuestros Institutos. Una esperanza enraizada en la fe en Cristo que nos convoca y anima a anunciarlo como esperanza para el mundo de nuestro tiempo.

La Asamblea General de CONFER adquiere este año un significado especial que es necesario resaltar desde el primer momento, como ya ha sido recordado. La celebración del 50º aniversario del inicio del Concilio Vaticano II, la apertura del Año de la fe y el Sínodo de los Obispos que acaba de finalizar sobre la Nueva Evangelización contribuyen a orientar el contenido de nuestras reflexiones, que hemos querido resumir en esta pregunta provocadora del Apóstol que nos sirve de lema: ¿Cómo creerán si no son evangelizados?.

Unas palabras que nos hablan de fe y de anuncio, de vida de fe y de misión evangelizadora; síntesis del núcleo identitario de nuestros carismas. Solo creerán si son evangelizados; cierto, pero solo evangelizaremos si vivimos el gozo de la fe en Jesucristo, que se transforma en pasión evangelizadora, “porque evangelizar quiere decir dar testimonio de una vida nueva, transformada por Dios”.3

En el Año de la fe, queremos reflexionar en estos días sobre cómo la vida religiosa anuncia a Jesucristo, ya que “la fe crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo”4. Cómo ayudamos a redescubrir el camino de la fe para “rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida”, al encuentro con Jesucristo; ya que, como afirma el Papa, “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da nuevo horizonte a la vida, y con ella, una orientación decisiva”.5 Un encuentro en el camino de la fe que se abre a un horizonte de esperanza. Porque la fe sin esperanza corre el riesgo de convertirse en una ideología.

La nueva evangelización y la vida consagrada

Anunciar a Jesucristo, “conducir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo hacia Jesús, al encuentro con El”, adquiere una urgencia especial en muchas regiones y lugares de la Iglesia, de tal modo que, los últimos Papas, de modo particular Benedicto XVI, han convocado a toda la Iglesia a una Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Podíamos decir que, en el arranque del nuevo milenio, la Iglesia está viviendo intensamente una fuerte moción del Espíritu que la empuja a retomar su impulso apostólico. Así afirmaba el Santo Padre al instituir el órgano pontificio para la promoción de la Nueva Evangelización: “Considero oportuno ofrecer respuestas adecuadas para que la Iglesia entera, dejándose regenerar por la fuerza del Espíritu Santo, se presente al mundo contemporáneo con un empuje misionero capaz de promover una nueva evangelización”. Y el Mensaje final del Sínodo afirma que “la obra de la nueva evangelización consiste en proponer de nuevo al corazón y a la mente, no pocas veces distraídos y confusos, de los hombres y mujeres de nuestro tiempo y, sobre todo a nosotros mismos, la belleza y la novedad perenne del encuentro con Cristo”.6

La nueva evangelización es, pues, una llamada de la Iglesia a toda la Iglesia. La vida religiosa lógicamente también ha sido convocada. Por su naturaleza carismática y su finalidad institucional, está en el corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo para su misión. Consecuentemente, no puede estar ausente, ni al margen de este desafío misionero del siglo XXI. La historia de nuestras Órdenes y Congregaciones religiosas está unida a la historia de la evangelización. Así lo recordaba el documento presinodal –Lineamenta–: “Los grandes movimientos de evangelización, surgidos en dos mil años de cristianismo, están vinculados a formas de radicalismo evangélico” (n. 8).

Desde diversas instancias se ha puesto de manifiesto la importancia de la vida religiosa para llevar a cabo esta nueva evangelización. Así lo señalaban los Lineamenta, como acabo de citar. Pero más explícitamente aún, el documento sinodal Instrumentum laboris. Se recoge que las aportaciones de diversas iglesias particulares han subrayado “la importancia, a los efectos de la transmisión de la fe y del anuncio del Evangelio, de las grandes órdenes religiosas y de las diversas formas de vida consagrada… con el propio carisma profético y evangelizador”. Y un poco después añade: “Varias respuestas manifiestan la expectativa que la vida consagrada ofrezca una contribución esencial a la nueva evangelización, en particular, en el campo de la educación, de la sanidad, de la atención pastoral, sobre todo hacia los pobres y las personas más necesitadas de ayuda espiritual y material” (n. 114). Y el Mensaje del Sínodo manifiesta su gratitud “por la contribución que [los religiosos y religiosas] han hecho y hacen a la misión de la Iglesia…” e invita “a reafirmarse como testigos y promotores de la nueva evangelización en los varios ámbitos de la vida en que los carismas de cada instituto los sitúa”.7

Se nos convoca y se nos espera; y no podemos defraudar. Sería defraudarnos a nosotros mismos, a nuestros carismas fundacionales. En efecto, la vida religiosa es un regalo del Espíritu a la Iglesia precisamente para anunciar, como “evangelio vivo”, la buena noticia de Jesús allí donde la necesidad es mayor y donde las dificultades abundan. Así lo vivieron nuestros Fundadores y Fundadoras.

Las tentaciones que acechan

Por eso, debemos estar vigilantes para no dudar en la respuesta a esta llamada, ni claudicar a las tentaciones que nos pueden asaltar, como la sospecha de que con la Nueva Evangelización se pretendería desenterrar un pasado supuestamente glorioso de la Iglesia, rehabilitarlo e instalarse en él, o que se trate de una estrategia continuista de enfrentamiento con la cultura y el mundo actuales. Aunque la tentación más sutil puede surgir más fácilmente, de la situación de precariedad de nuestras congregaciones en España y en Europa. Disminuimos y se eleva la edad media de las comunidades. Se nos convoca a un proyecto para el que nos puede parecer que no tenemos fuerzas; que nos supera. Y la tentación es retirarse, desentenderse, y continuar haciendo lo de siempre.

No podemos caer en la trampa de medir nuestras fuerzas, o de hacer recuento de nuestros efectivos con parámetros puramente humanos; la cultura de la eficacia nos está contaminando en el confiar en las encuestas y en las estadísticas. Hoy olvidamos con frecuencia en la Iglesia las actitudes evangélicas de la humildad y la pobreza, el sentido del éxito y la enseñanza de las parábolas del Reino, del sembrador que siembra con diligencia y espera confiado la cosecha, sin saber cómo nace, crece y grana la espiga.

Algunos pronostican el futuro de la vida religiosa en base a los datos estadísticos de entradas y defunciones, que con toda honradez publican cada año muchas congregaciones religiosas. Para estos futurólogos solo los números marcan el éxito o el fracaso de nuestras vidas y nuestra misión. Pero unas vidas gastadas en alabanza al Padre, en el anuncio de Jesucristo, en la entrega al servicio de los más pequeños, no se mide con las reglas de la competencia empresarial, ni nuestra esperanza se afianza en base al mayor o menor número de sujetos en nuestras Congregaciones. No moriremos porque seamos pocos; moriremos si desaparece de nuestros corazones, de nuestras comunidades, de nuestras instituciones la pasión por Jesucristo, la pasión por evangelizar. Al inicio fuimos pocos, pero apasionados por Jesucristo, incluso perseguidos e incomprendidos, pero llenos de celo evangelizador.

Necesidad de una conversión: dejarse evangelizar

El Santo Padre, en la Homilía de la inauguración del Sínodo, afirmaba con toda claridad: “No se puede hablar de nueva evangelización sin una disposición sincera de conversión. Dejarse reconciliar con Dios y con el prójimo (cf. 2 Cor 5,20) es la vía maestra de la nueva evangelización”. Y los Padres sinodales recuerdan en su Mensaje final que “para evangelizar el mundo, la Iglesia debe, ante todo, ponerse a la escucha de la Palabra. La invitación a evangelizar se traduce en una llamada a la conversión” (n.5).

Ya el documento Lineamenta ofrecía una luz para alumbrar este camino de renovación y conversión de toda la Iglesia. La pregunta acerca de la transmisión de la fe, que es un evento comunitario, eclesial, “… debe transformarse en una pregunta de la Iglesia sobre ella misma… cuestionar a toda la Iglesia en su ser y su vivir misma”. Y concluía: “Tal vez así, se pueda comprender también, que el problema de la infecundidad de la evangelización hoy… es un problema eclesiológico, que se refiere a la capacidad o incapacidad de la Iglesia de configurarse como real comunidad, como verdadera fraternidad, como un cuerpo y no como una máquina o una empresa” (n. 2).

Efectivamente, hemos de reconocer que los fracasos de los intentos de evangelizar a Europa hablan de nuestra incapacidad para vivir en cristiano, porque, en el fondo, el cristianismo no se extingue en Europa por causa de los no creyentes, sino por causa de que los que nos llamamos creyentes y no lo somos tanto.8

El documento sinodal, Instrumentum laboris, recoge la afirmación de Pablo VI en Evangelii Nuntiandi: “La Iglesia tiene siempre necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el Evangelio” (EN 14-15) (37).

El centro de la renovación: la pasión por Jesucristo

Si la Iglesia toda debe dejarse evangelizar mediante “una auténtica y renovada conversión” para ser creíble, la mejor colaboración que los religiosos y las religiosas podemos hacer a la nueva evangelización sería dejarnos evangelizar como lo que somos: personas que escuchamos un día la llamada a un seguimiento radical de Cristo y que de tal forma nos dejamos coger por su persona y por su Reino, que todo lo demás, todo, debe pasar a segundo plano.

Este Año de la fe deberá ser, pues, para la vida religiosa una oportunidad del Espíritu para continuar profundizando en los procesos ya iniciados de renovación, que comportan una conversión personal e institucional, ya que somos “llamados a ser testigos de la fe y de la gracia, testigos creíbles para la Iglesia y para el mundo de hoy”.9

Una auténtica y renovada conversión significa para nosotros, volver a revivir la belleza y la novedad perenne del encuentro con Cristo, la pasión por Jesucristo. Volver a aquello que da a nuestra vida su consistencia, lo que hace que este camino tenga sentido, y esto no es otra cosa que Dios: redescubrir la “perla”, desenterrar el “tesoro”, que pueden haber perdido su brillo tapados por otros bienes que, siendo importantes, no son lo “único necesario”. Reencontrar debajo de las cenizas el “fuego que enciende otros fuegos” y “el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo”.10 Renovar la respuesta de ser siempre y fundamentalmente buscadores de Dios, tal como Benedicto XVI ha repetido en varias alocuciones a la Vida Religiosa. “Este es el sentido mismo de vuestra vocación, que comporta, ante todo, buscar a Dios, quaerere Deum: sois por vocación buscadores de Dios”.11

Este modo de vivir apasionados por Jesucristo nos hará en la nueva evangelización ser testigos de su verdad. Ser testigos de sus bienaventuranzas, testigos vivos de su evangelio que es lo que convierte el corazón humano. Y nos hará “redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe”,12 recogiendo las interpelaciones misioneros que la Iglesia nos ha hecho en recientes documentos, que sintetizo a continuación: el Espíritu interpela a la vida religiosa para que –con una nueva imaginación de la caridad13– elabore nuevas respuestas a los nuevos problemas del mundo de hoy, actuando con audacia14 en los campos respectivos del propio carisma fundacional, elaborando y llevando a cabo nuevos proyectos de evangelización para las situaciones actuales.15 Esto alcanza especial relieve en esta hora de la nueva evangelización.16

Esta pasión por Jesucristo modela nuestro modo de evangelizar, y nos impulsa a amar al hombre y al mundo, anunciando la fe “como un don liberador que hace posible una humanidad nueva y transformada, que comparte el gozo y la bondad de Dios”.17 Porque el don de la fe se nos ha dado para compartirlo, es un talento recibido para que de fruto, es una luz que no debe quedar escondida.

Discernir las prioridades de nuestra misión

No podemos olvidar la situación de reestructuración en que nos encontramos la mayor parte de los Institutos religiosos. Creo que la celebración del año de la fe y la nueva evangelización son una oportunidad para priorizar presencias apostólicas, buscando poder ofrecer a la Iglesia un mejor servicio desde nuestros carismas propios; para lo cual se hace indispensable un discernimiento apostólico imbuido de una lucidez espiritual profunda, que no se conforma con cualquier cosa, sino que en una búsqueda libre de la voluntad de Dios se deja interpelar constantemente desde el Evangelio por las necesidades reales de los hombres y mujeres de nuestro mundo.

Sin duda que las proposiciones del Sínodo serán criterios para este discernimiento que auspiciamos pueda realizarse en la comunión eclesial de las diversas iglesias particulares. En esta Asamblea hemos intentado aproximarnos a ello con la realización de unos talleres en los que reflexionar sobre las posibles aportaciones de los religiosos a la nueva evangelización, en diversos ámbitos apostólicos.

La intercongregacionalidad

En esta perspectiva de la nueva evangelización y de la necesidad de priorizar tareas apostólicas en orden a prestar un mejor servicio eclesial, me atrevería a llamar vuestra atención sobre la intercongregacionalidad; en realidad sobre un aspecto de la comunión eclesial en el interior mismo de la vida religiosa.

Se trata de un desafío donde los pasos dados quizás sean todavía débiles e indecisos. Y sin embargo, pienso que es de una gran trascendencia para el futuro apostólico de la vida religiosa. Deberíamos hacer todos un esfuerzo por asomarnos con responsabilidad a este escenario de futuro tan poco explorado. Hay que preguntarse si examinamos este camino antes de confiar a otros ámbitos las obras apostólicas para las que nos vemos obligados a buscar soluciones alternativas.

Ciertamente tiene dificultades especiales: cada congregación tiene su propia cultura, su estilo, su modo peculiar de hacer las cosas, de organizarse, de gestionar las instituciones. Pero la situación en que estamos nos debería impulsar a sumar los recursos que tenemos y complementar nuestros carismas. Es preciso una ascesis particular, un salir de nuestras propias visiones y abrirnos a una mayor universalidad. Cuando digo esto soy consciente de que a niveles prácticos, a veces nos puede resultar más fácil buscar alternativas fuera de la comunión intercongregacional; pero muy posiblemente también, perdamos con ello posibilidades más firmes para asegurar la permanencia de la identidad de las obras apostólicas de los religiosos.

La “misión compartida”: un futuro prometedor no falto de dificultades

Todos somos conscientes de que en la actualidad, no es posible hablar de tareas apostólicas, de obras e instituciones evangelizadoras de la vida religiosa, sin referirnos a la presencia de los laicos en todos los niveles de su organización, gestión y dirección; incluso en la misma pastoral. Es ya una realidad fácilmente verificable, y a la que nos referimos con bastante naturalidad denominándola “misión compartida”. Parecía, pues, evidente que nuestra Asamblea dedicase un tiempo a la reflexión sobre este aspecto de la misión.

No cabe duda de que se trata de un camino a continuar recorriendo con decisión, con el que estamos comprometidos y que requiere unos procesos delicados y unas exigencias que implican tanto a los laicos como a los mismos religiosos, para conseguir el objetivo de asegurar la identidad cristiana y evangelizadora de las Obras de las Congregaciones religiosas.

Recordemos que desde mediados de los años 80 se viene produciendo una masiva incorporación de los seglares a puestos de responsabilidad en nuestras Instituciones. Con frecuencia su compromiso profesional está unido a la explicitación de su fe cristiana y a la vivencia de la espiritualidad de la Congregación a la que pertenece la Institución.

Esta historia no es únicamente un proceso inexorable. A mi entender, esa historia, con sus procesos no siempre lineales y concluidos, está cruzada de un impulso del Espíritu. Superados diversos momentos de incertidumbre e incluso de incomprensión, hemos ido llegando a entender y a formular que “misión compartida” es ante todo y en primer lugar, una toma de conciencia eclesial sobre el laicado y una nueva conciencia de la misión. En orden a la nueva evangelización, es fundamental profundizar e iluminar esta nueva perspectiva de colaboración intraeclesial entre religiosos y laicos.

Necesitamos convencernos que evangelizar es lo importante. Y solo desde ahí acertamos a determinar el lugar que ocupan o deberían ocupar religiosos y laicos. A la Misión llega cada uno con su propia especificidad, con el carisma que ha recibido del Señor. La Misión nos hace comunes, no iguales. La Misión es propuesta conjunta, tarea para todos, punto de encuentro para diferentes carismas. La Misión no uniformiza, convoca. Religiosos y laicos, en cuanto convocados, podemos compartir misión. Todos, desde diferentes vocaciones, somos constituidos en colaboradores de la única misión, la de Cristo, a la que el Espíritu en la Iglesia nos convoca.

Sin duda que siguen abiertos interrogantes que necesitan reflexión y discernimiento, tanto en el campo laical como en el de los religiosos, en los que podemos ayudarnos mutuamente con las respectivas experiencias.

CONFER desea servir a la vida religiosa en este aspecto tan decisivo para el futuro de sus instituciones evangelizadoras. En efecto, uno de los aspectos que creemos necesitaría una cierta consideración se refiere a la visibilidad y sentido eclesial de estos laicos. La experiencia nos dice que por lo general, se trata de un laicado bien formado, con una vivencia firme de su fe, con fuerte sentido de misión que realiza en instituciones religiosas de carácter diverso: educativas, asistenciales, sociosanitarias etc. No obstante, mi impresión es que ni ellos, ni quizás tampoco nosotros, los religiosos y religiosas, tenemos una adecuada conciencia de la función eclesial que desempeñan.

Sin embargo, la realidad es que se trata de un laicado comprometido eclesialmente, ya que su trabajo profesional informado por la fe se vehicula a través de obras apostólicas hacia un objetivo claramente evangelizador. Pero la mayoría de ellos no son conscientes de la dimensión eclesial que ese trabajo lleva consigo. Por otra parte, con frecuencia cuando se habla del laicado cristiano en las Iglesias particulares o a nivel nacional, se refieren a “otros” laicos.

Queriendo dar respuesta a esta situación, estamos tratando de organizar unas Jornadas para reflexionar sobre esta dimensión eclesial de la “misión compartida”, donde los laicos tengan el protagonismo. Esta sugerencia dialogada ya con un grupo de Superiores Mayores ha sido muy bien recibida y alentada. Incluso se ha determinado una fecha para su celebración: el sábado, 13 de abril próximo. Espero poder informaros pronto de los siguientes pasos organizativos y pedir vuestra colaboración al respecto. Estoy seguro que la propuesta será bien acogida por vuestra parte.

Conclusión

La XVIII Asamblea General nos invitó el año pasado a manifestar a los jóvenes la belleza del seguimiento de Jesucristo. Desde esta XIX Asamblea que inauguramos hoy, con los ojos fijos en Jesús, la Puerta de la Fe, nos ponemos de nuevo en camino para ser testigos y servidores del Evangelio, “para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe”.18 En medio de las contradicciones y desafíos de nuestro mundo, la vida religiosa española, con gran sentido de comunión eclesial, se siente interpelada “a vencer el miedo con la fe, el cansancio con la esperanza, la indiferencia con el amor”;19 a “mirar al mundo con esperanza porque permanece siempre el mundo que Dios ama” y a buscar y compartir caminos nuevos de evangelización porque “cómo creerán si no son evangelizados” (Rom 10,14)