Una obra de Gianfranco Ravasi (Ciudad Nueva, 2012). La recensión es de Antonio Gil Moreno
–
La luz de la mañana. Reflexiones para empezar bien el día
Autor: Gianfranco Ravasi
Editorial: Ciudad Nueva, 2012
Ciudad: Madrid
Páginas: 416
–
ANTONIO GIL MORENO | He aquí un libro de mesilla de noche o de mesa camilla, un libro para tenerlo cerca, al alcance de la mano, pero, sobre todo, al alcance de la mirada y del corazón. La aurora, anunciada y cantada por el salmista (“Voy a cantar y a tocar: despierta, gloria mía; despertad, cítara y arpa; despertaré a la aurora”), comporta una sensación de pureza incluso cuando domina el hielo invernal.
Por eso, el cardenal Gianfranco Ravasi ha querido saludar la aurora de cada día con un libro que ofrece citas impactantes de autores, en su mayor parte conocidos, para orquestar después la breve sinfonía de un mensaje enlazado con la actualidad, no tanto de lo que pasa en el exterior sino de lo que ocurre en nuestro interior.
El título (La luz de la mañana) ya es de por sí llamativo y optimista, y el subtítulo (Reflexiones para empezar bien el día) nos invita a colocar la primera piedra de la jornada para construir sobre ella nuestros afanes y actividades.
En la introducción, el autor nos da a conocer su objetivo primordial: por una parte, ofrecernos palabras dichas, pensadas o escritas por labios, cerebros, manos de grandes hombres y mujeres que, a lo largo de la historia de la humanidad, han ofrecido palabras de sabiduría, capaces de provocar un estremecimiento en el alma, un sobresalto en la conciencia; y, por otra parte, “aromatizar” la aurora con mensajes que nos harán pensar pero también sentir la vida en nuestras venas.
¿Cuál es el principal atractivo de este libro, escrito por un cardenal? Tiene varios: primero, las citas escogidas para abrir el día, de autores lejanos y cercanos que nos dejaron la huella de su saber y hacer. Ya de por sí, cada cita esboza un tema apasionante, sugiere un mundo nuevo, aborda una cuestión de interés, y algunas de ellas apuntan soluciones urgentes y eficaces.
El segundo atractivo de la obra viene dado por los propios comentarios del cardenal Ravasi: profundos, por una parte, y prácticos, por otra. ¡Cuántos caminos nos sugiere para alcanzar metas hermosas! Sirva como muestra un botón: “Las realidades materiales no deben ser cepos que nos aten al aquí, impidiéndonos el vuelo hacia lo alto. Sí, porque aunque sea obvia, olvidamos a menudo una verdad elemental: ‘No te inquietes cuando alguien se enriquece: cuando muera no se llevará nada’ (Salmo 49, 17-18)”.
El tercer atractivo del libro es su brevedad. Cada día del año ocupa una página. Dos, tres párrafos largos para desarrollar lo que puede dar de sí el texto citado.
Cuarto atractivo: la galería tan extensa de nombres como alfombran sus páginas, a los que el cardenal Ravasi va citando para enriquecer su propio mensaje, para explicar todavía mejor y con más detalle su enseñanza y, en ocasiones, para confirmar lo que nos quiere transmitir.
Nos viene como anillo al dedo un ejemplo: hablando de la gratuidad, de lo gratis que nos resulta la contemplación de la naturaleza, evoca un texto precioso: “Ya no sabemos contemplar, ni asombrarnos del milagro continuo que el Creador realiza, ni vivir una experiencia como la que cantaba el padre Turoldo: ‘Tú no sabes lo que es la noche / en la montaña, / estar a solas como la luna… / mientras el viento apenas vibra / en la puerta entornada de la celda’”.
Junto a sus atractivos, reseñemos la belleza de su portada: una arboleda, probablemente de un parque, traspasada por los rayos de la luz solar, que encuadra y sintoniza perfectamente con el título del libro. Destaquemos, asimismo, la traducción que ha realizado Jorge Sans Vila. Y una edición flexible, con diseño atrayente.
Nuestra felicitación, pues, al cardenal Ravasi por esta obra que, al igual que el salmista, saluda a la aurora y la impregna de fe y de cultura luminosa.
En el nº 2.825 de Vida Nueva.