JOSÉ LUIS CELADA | Redactor de Vida Nueva
“Reconforta encontrarse con profesionales de la pluma que son capaces de renunciar a un jugoso contrato por respeto a los lectores…”.
En una entrevista reciente, coincidiendo con la promoción de su última novela, Las leyes de la frontrera (Mondadori), Javier Cercas confesaba acerca de su oficio: “Cuando creo que he escrito el mismo libro que ya he escrito, lo dejo correr; es la mínima ética que ha de tener un autor”.
En estos tiempos en que la honestidad cotiza tan a la baja, reconforta encontrarse con profesionales de la pluma que son capaces de renunciar a un jugoso contrato por respeto a esos lectores que un día depositaron en ellos su fidelidad, su credibilidad y un buen puñado de euros.
Sin embargo, basta recorrer con la vista los anaqueles de cualquier librería –también las religiosas– para poner en duda ese necesario compromiso con el arte de la escritura y con sus destinatarios. ¡Cuántos nombres repetidos hasta la saciedad, sin apenas tomarse –y darnos– un respiro, firman nuevas obras con títulos sospechosamente parecidos a tantos otros!
Vaya desde aquí mi admiración por ese feliz aprovechamiento (hay quienes prefieren llamarlo optimización) del tiempo y los recursos, pero permítanme sospechar de semejante productividad. Claro que –ya se sabe– al conejo se le puede pedir fertilidad. De ética, mucho me temo que no entienda.
En el nº 2.825 de Vida Nueva