¿Ha perdido la Iglesia su espíritu combativo?


Compartir

José Lorenzo, redactor jefe de Vida NuevaJOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva

“Un día se nos juzgará por haber callado y mirado hacia otro lado en esta época también de desgarros…”.

Pese a quien pese, la Iglesia también ayudó a traer la democracia a este país. Pero ahora no parece estar en condiciones de ayudar a defender un sistema que hace aguas por la ineptitud de quienes más tendrían que velar por él: los políticos. Como ellos, la Iglesia padece la creciente desafección de los ciudadanos.

El crédito cosechado en décadas pasadas se ha dilapidado sin que tengamos el valor suficiente para analizar las propias culpas, más empeñados en buscarlas en un mundo que vemos hostil. Hoy su voz no se escucha ni atiende. Rechinan sus mensajes, puestos en solfa porque se ven faltos de coherencia. Y, sin embargo, seguimos muy necesitados de su mensaje reparador, salvífico, esperanzador, preñado de trascendencia y sentido.

Desgraciadamente, cada vez son menos los que echan en falta de ella una palabra que ayude a soportar el olor de una situación hedionda, donde ya nadie confía en nadie, a un tris del sálvese quien pueda.

Al final de la Mater et Magistra, reconocía Juan XXIII los “errores radicales” y “profundos desórdenes” que desgarraban hace ya más de medio siglo al mundo. Aunque se dolía de ello, también añadía que era una época que abría “inmensas posibilidades de bien al espíritu combativo de la Iglesia”, luego suavizado por un “inmensos horizontes de apostolado”.

¿Dónde ha ido a parar ese espíritu? Nos paraliza el virus de la inevitabilidad, ese que aboca a encoger los hombros ante cualquier imposición y anula la capacidad para el análisis y la crítica. Se repite que ante esta Gran Recesión son inevitables la austeridad (aunque ahora el FMI crea que se le ha ido la mano) y los recortes en derechos adquiridos. Es decir, es inevitable el desmantelamiento de las políticas sociales y el empobrecimiento social.

Y los políticos parecen decirnos que por más que se les pida honestidad, es inevitable también que anide entre ellos la corrupción, una bomba de relojería cargada de frustración social que puede estallar en cualquier momento.

Un día se nos juzgará por haber callado y mirado hacia otro lado en esta época también de desgarros. Ya no se trata tener o no recetas contra la crisis. Se trata de volver a esa Iglesia, Madre y Maestra, “cuya luz ilumina, enciende, inflama; cuya voz, al avisar, llena de sabiduría”.

En el nº 2.833 de Vida Nueva.