Con la cruz a cuestas

Francisco Vázquez, embajador de EspañaFRANCISCO VÁZQUEZ Y VÁZQUEZ | Embajador de España

“La cruz ha pasado a formar parte de los símbolos que representan nuestra civilización y estilo de vida…”.

Toda sociedad se asienta sobre una historia que recoge las tradiciones y los valores culturales que la singularizan y la definen, enmarcando así su propia identidad. Nunca el presente es ajeno al pasado, y negar esta aseveración es tanto como renunciar a nuestros orígenes e intentar construir un futuro vacío de contenidos y expuesto, por tanto, a la reiteración en los errores.

La civilización europea, de la que España forma importante parte, nace del maridaje sucesivo de tres pilares fundamentales: la filosofía griega, el derecho romano y la teología cristiana. No siempre estas tres fuentes coexisten, por así decirlo, pacíficamente, pero es innegable que incluso de sus contradicciones surge una herencia común que es la que permite en su desarrollo a lo largo de los siglos construir los valores morales y éticos que nos configuran como una sociedad asentada sobre los principios de libertad, igualdad y democracia, comprometida con los derechos inviolables e inalienables de la persona humana.

Posiblemente uno de los teóricos más claros y contundentes de lo expuesto sea el actual pontífice Benedicto XVI, que, desde su condición de teólogo, ha sabido conciliar los conceptos de fe y razón, superando la ruptura surgida en los tiempos de la Ilustración y consagrando, por tanto, el pensamiento cristiano como base fundamental de la sociedad contemporánea.

Sirva este preámbulo como argumento descalificador de uno de los ataques más recurrentes que en la actualidad se sigue contra el principio de libertad religiosa, y que en esencia tan solo busca negar el papel jugado por el cristianismo en la construcción del pensamiento occidental y europeo.

Me refiero a la polémica de los símbolos religiosos y su exposición pública. Concretamente, al uso y presencia del crucifijo. Reducir la cruz a una seña de identidad exclusiva de la fe cristiana es tanto como pretender ignorar la realidad de nuestra propia historia, así como los hábitos sociales nacidos de nuestras tradiciones.

Pero lo que raya en la necedad es llegar a considerar que la presencia del crucifijo en lugares públicos es un atentado contra la libertad de las personas, o lo que es peor todavía, contemplarlo como un elemento hostil para las conciencias y para la convivencia comunitaria.

Desde los orígenes del cristianismo hasta hoy,
los acontecimientos de la historia han convertido
a la cruz en un símbolo universal
de valores y principios con los que se identifican
tanto creyentes como no creyentes.

Para los cristianos, la cruz es el compendio de valores que conforman nuestra fe, pero desde los orígenes del cristianismo hasta hoy, los acontecimientos de la historia han convertido a la cruz en un símbolo universal de valores y principios con los que se identifican tanto creyentes como no creyentes. Más aún, su trazado simple y lineal ha sido tomado como representación e identificación de naciones, ciudades y pueblos en escudos y banderas, así como por sociedades e instituciones de naturaleza diversa y de ámbito tan global que van desde lo mundial a lo más estrictamente local.

La iconografía de la cruz toma diversas formas: la más conocida es la cruz latina, cuya representación más genuina es la del propio crucifijo; pero según la colocación del travesaño horizontal o las dimensiones de ambos maderos, la cruz recibe distintas denominaciones, tales como cruz griega, cruz de San Jorge, cruz de San Andrés o cruz escandinava. Los orígenes y causas de sus implantaciones excede al tamaño de este artículo, pero su existencia nos sirve para refrendar el valor universal y la aceptación rotunda y generalizada del símbolo cristiano por excelencia.

Está en las banderas de Inglaterra, Dinamarca, Suecia, Finlandia, Grecia; o en los escudos de Londres, Milán, Barcelona, Aragón, Asturias; representa a la Cruz Roja, o incluso forma parte del escudo del Real Madrid, del Barcelona o del Deportivo de La Coruña. El etcétera sería casi infinito.

La elemental pregunta surge de inmediato: ¿deberá desaparecer o se prohibirá incluso el diseño de la cruz de los símbolos y representaciones citados? O lo que es peor, ¿anulará el legislador actual las motivaciones históricas que llevaron a las gentes a incorporar la cruz a sus escudos y banderas porque así se identificaban mejor con la representación de sus ideales?

No oculto que me produce una profunda fatiga intelectual tener que evidenciar lo obvio para contrarrestar la pobreza y la carencia de argumentos de quienes tan solo les alienta un sectarismo retrógrado y desaforado.

La cruz ha pasado a formar parte de los símbolos que representan nuestra civilización y estilo de vida. Creyentes o no, ven en ella la genuina imagen de la paz, la solidaridad, la libertad o el amor; ven las virtudes cuya defensa o implantación hizo que los hombres la tomaran como señal e identificación, santo y seña, en definitiva, de toda una cultura.

En el nº 2.837 de Vida Nueva.

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