FERNANDO SEBASTIÁN | Arzobispo emérito
“En la Iglesia la autoridad no es poder ni privilegio ni derecho de nadie. La autoridad es un servicio de amor y de obediencia…”.
Benedicto vuelve a ser Ratzinger. Y nos deja ocho años de un ministerio espléndido. Los inicios fueron difíciles. Tenía fama (injusta) de poco curial, de intransigente, de duro. Recordemos que le llamaban el “Papa Pantzer”, el “Pastor alemán”.
Nos deja tres encíclicas en las que expone con un lenguaje moderno los fundamentos de la fe y de la vida cristiana. Algunos discursos memorables que marcan los nuevos caminos de la Iglesia acerca de las relaciones entre la razón y la fe (Ratisbona, La Sapienza de Roma, Bernardinos en París), sobre la concepción cristiana de la política y de la verdadera laicidad (Parlamento alemán en Bonn, Parlamento inglés en Londres), varios discursos en Roma sobre la necesaria renovación y claridad evangélica de la Iglesia. Nos ha enseñado a interpretar en profundidad el Concilio Vaticano II. Ha fortalecido la fe de los cristianos, ha iniciado un diálogo serio y honesto con la cultura contemporánea.
Benedicto XVI ha afrontado decididamente la purificación de la Iglesia con gran valor y con una gran humildad. No ha rehuido el reconocimiento de los pecados de los cristianos. Se ha ganado el afecto de los fieles y el respeto de los agnósticos.
Nos deja también un estilo, un nuevo estilo personal y eclesial, sencillo, humilde, claro y sincero, acogedor y firme, profundamente religioso y cálidamente humano. Ahora termina su pontificado en total coherencia con su autenticidad evangélica. Recibió un encargo que él no deseaba, lo ha cumplido generosamente y cuando comprende que ya no puede desempeñarlo “adecuadamente”, lo reconoce y se retira dando un ejemplo conmovedor de humildad y desprendimiento.
De esta manera deja claro que en la Iglesia la autoridad no es poder ni privilegio ni derecho de nadie. La autoridad es un servicio de amor y de obediencia.
En el nº 2.837 de Vida Nueva.