GABRIEL NARANJO SALAZAR, CM, secretario general de la CLAR | Dejó a los cardenales que la escucharon en el consistorio con el “aliento contenido”: “Cayó como un rayo en una tarde serena”. El Papa debió consultarla solo con su director espiritual y en ambiente de intensa oración, a pesar de que la estaba rumiando desde su viaje a México y Cuba. Este silencio garantiza, junto con la manifestación explícita, una de las dos condiciones para que la renuncia sea no propiamente aceptada, sino válida: la libertad.
Una de las obras que mejor refleja la humana personalidad del dimitente es el libro Luz del Mundo. Aflora en todas sus páginas una característica que arrastra muchas otras virtudes: la humildad. Joseph Ratzinger es no solo tímido, discreto, silencioso y hasta taciturno, sino más bien humilde. De ahí que nunca buscó el oficio de Romano Pontífice, que desde el momento en que fue elegido se considerara un simple siervo, que recurriera con frecuencia a la colegialidad episcopal para el ejercicio de su ministerio y que ahora se retire lúcida y responsablemente. Este hecho lo refleja y lo agiganta.
Ha conmocionado no solo a la Iglesia, sino también al mundo. La periodista italiana que transmitió la primicia a su agencia de prensa casi no lo logra porque le temblaban las piernas y rompió en llanto, además de que no estaba segura de entender bien lo que el Pontífice estaba anunciando en latín. No era para menos: habían pasado 800 años desde la última renuncia papal, de Celestino V. Pero el impacto no proviene solo de lo inusual, sino también de lo paradigmático para una civilización aferrada al poder y a las apariencias.
Y eso que nos encontramos apenas ante el aperitivo de este gesto nutriente: Benedicto XVI no señalará con el dedo al sucesor ni va a interferir en la misión de quien lo reemplace, porque dejará el poder serenamente, retirándose desde las ocho de la noche del 28 de febrero a Castel Gandolfo y, luego, a un convento a orar, reflexionar, escribir. Estos pasos tendrán una repercusión enorme en la conciencia de la humanidad; con ellos va a evangelizar aún más que con sus escritos y su ministerio petrino.
En su sobria renuncia, se refirió al “mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe”. De esta manera, abrió las ventanas de la Iglesia católica a los tiempos actuales en el modo como se nombran los dirigentes: por primera vez en siglos y siglos, la elección del nuevo papa no estará sujeta a los afanes por llenar el vacío del que acaba de morir; el sucesor número 266 de Pedro será fruto de un cónclave para el que los cardenales electores, el pueblo de Dios y hasta el mundo se podrán preparar por lo menos durante un mes. Bienvenido sea el debate, el intercambio de opiniones y también la oración.
En el nº 2.837 de Vida Nueva.