+ AMADEO RODRÍGUEZ MAGRO | Obispo de Plasencia
“Esta decisión de Benedicto XVI hay que contemplarla en continuidad con su vida de “humilde trabajador en la viña del Señor”…”.
Superada la sorpresa con la que todos hemos recibido la noticia de la renuncia del papa Benedicto XVI al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, ahora lo que toca es que, con afecto filial, le mostremos nuestra gratitud y admiración por este gesto inesperado, pero “posible” y, según su conciencia, también conveniente.
Por mi parte, la gratitud le llega por todo lo que ha supuesto su ministerio para la Iglesia a lo largo de estos casi ocho años. Considero que han sido especialmente fecundos para la purificación de la imagen de la Iglesia, para un diálogo de la fe católica con la cultura moderna, y especialmente lo han sido para la misión evangelizadora en la novedad de estos tiempos ricos y complejos de los comienzos del siglo XXI.
El magisterio de Su Santidad, en hechos y palabras, ha sido en todo momento lúcido, brillante y, sobre todo, anclado en el amor a Cristo y servidor del hombre buscador de Dios. Todo lo ha dicho con amor, pero con la verdad por delante.
Es libre porque se atreve con humildad y valentía
a romper con una práctica de siglos,
poniendo a la Iglesia en manos de Jesucristo,
su Supremo Pastor, y del Espíritu Santo.
También estos días, previos a que el nuevo papa centre la mirada de todos y Benedicto XVI pase al silencio y a la oración, son una invitación, a cuantos quieran y puedan reconocerlo –yo entre ellos–, a mostrarle nuestra admiración por el ejercicio de libertad y por el gesto de amor y servicio a la Iglesia que percibimos en esta renuncia; en ella vemos la transparencia de una conciencia limpia y muy bien situada en la voluntad de Dios.
Es libre porque se desprende por amor de lo que, si bien es carga y servicio, es también el más alto honor de un servidor de la Iglesia. Es libre porque se atreve con humildad y valentía a romper con una práctica de siglos, poniendo a la Iglesia en manos de Jesucristo, su Supremo Pastor, y del Espíritu Santo, para que le encomienden el timón de la barca de Pedro a un nuevo sucesor.
A mi entender, esta decisión de Benedicto XVI hay que contemplarla en continuidad con su vida de “humilde trabajador en la viña del Señor”. Él ha afrontado su misión con total disponibilidad y generosidad, por eso sabe muy bien que no se puede hoy servir a la Iglesia, en el ministerio apostólico (papa, obispos y sacerdotes), con limitaciones que impidan la entrega total.
Las palabras con las que comunica su decisión lo han puesto claramente de relieve: “Por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio de San Pedro”.
En el nº 2.838 de Vida Nueva.