JOSEP M. ROVIRA BELLOSO, profesor emérito de la Facultad de Teología de Cataluña | Cuatro cosas le agradezco al Papa: que ha sido, en primer lugar, realista: ha sabido dirigir su mirada hacia el interior, y ha llegado a la certeza de que sus fuerzas no podían ejercitar de forma adecuada el ministerio petrino.
Ha dirigido la mirada hacia afuera: a la Iglesia y al mundo, y ha constatado que el ministerio espiritual de Pedro requiere obras, palabras, oración y sufrimiento, pero también vigor del cuerpo y del ánimo; “vigor que, en los últimos meses, ha disminuido de tal manera que debo reconocer mi incapacidad para administrar bien el ministerio que se me encomendó”.
Aquí vemos, en segundo lugar, una humildad que nos convendría a todos. Es la humildad ante Dios, que nos permite conocernos y conocer el amor que Dios nos tiene. Es la humildad que valora el trabajo y el bien común al cual Dios mismo llama… hasta que este servicio no se puede realizar porque no hay más fuerzas.
Me gustaba intuir qué discursos
eran de puño y letra del Papa.
Su lectura me fortalecía y consolaba.
Mi último ejercicio ha sido leer
el discurso sobre el Concilio Vaticano II al clero de Roma.
En tercer lugar, veo la libertad de Benedicto XVI ante Dios y ante el mundo. El Papa ha subrayado que era libre en dos ocasiones. Esta libertad la llama el Nuevo Testamento valentía (parresía).
En cuarto lugar, aparece claro el gran amor del Papa a Cristo y a la Iglesia: “Quiero servir de todo corazón, con una vida dedicada a la oración, a la Iglesia de Dios”.
¿Nada más? Me parece que el Papa se ha centrado en resolver lo más difícil y esencial: renunciar o continuar. Luego, han sido los “vaticanistas” quienes han pensado qué título corresponderá al Papa e incluso han previsto interferencias entre Benedicto XVI y su sucesor. Pero una vida dedicada sustancialmente a la oración, pocas interferencias hace prever.
Y en cuanto al título, me parece que “Benedicto XVI” es ya un título que está en la Historia y en nuestros labios, porque Joseph Ratzinger resulta que es Benedicto XVI. Creo que también es bueno el de “Papa emérito”.
Un último y pequeño pesar: me gustaba intuir qué discursos eran de puño y letra del Papa. Su lectura me fortalecía y consolaba. Mi último ejercicio ha sido leer el discurso sobre el Concilio Vaticano II al clero de Roma, una larguísima charla no escrita en la que Benedicto, con enorme simpatía y acierto, describe en conjunto el Vaticano II y –al final– polemiza con los media. Es su testamento.
En el nº 2.838 de Vida Nueva.