ANTONIO PELAYO, corresponsal de Vida Nueva en ROMA | Es comprensible la impaciencia de la opinión pública por conocer la fecha en que comenzará un cónclave histórico por muchas razones .Y es aún más comprensible que los medios de comunicación que se disponen a seguir este acontecimiento esperen que la decisión del Colegio Cardenalicio sea hecha pública lo antes posible. Pero en la Curia romana ha estado siempre vigente el principio de que “cuanto más urgente es un asunto, es más necesario que nunca esperar lo necesario”.
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Es lo que está pasando, según mi opinión, en el Aula del Sínodo donde hoy jueves por fin están ya reunidos los 115 cardenales electores. Entre ellos no se ha llegado aún –pero no tardará- a un consenso sobre cuándo anunciar el ingreso en la Capilla Sixtina y, de modo más especial, cuándo iniciar el proceso que finalice con la elección del sucesor de Benedicto XVI.
Si recurrimos a un parangón con el anterior, nos damos cuenta de que antes de entrar en el cónclave, los cardenales se reunieron en doce congregaciones generales, y ahora llevamos solo seis (es verdad que estuvieron por medio los funerales de Karol Wojtyla). No es menos cierto que la fecha del cónclave la fijaron en la cuarta congregación general –el 6 de abril- y que este comenzó en el primer día que permitía la ley entonces vigente, es decir el 18 de abril.
El cuadro no es ahora exactamente el mismo, y por eso se ha hablado de una posible anticipación, a la que no parecen del todo dispuestos un grupo de cardenales que creen necesitar de más tiempo para ver más claro la situación interna de la Iglesia y de la Santa Sede en particular.
Un poco más de paciencia, porque la solución no tardará en llegar.