JOSÉ MIGUEL NÚÑEZ, SDB, consejero general para Europa Oeste de los Salesianos |
Nunca tuve vocación profética, por lo que no debo aventurarme a proponer ningún nombre de las personas que yo podría considerar susceptibles de afrontar la inmensa tarea del “ministerio petrino” en las condiciones actuales de nuestra Iglesia y de nuestro mundo. En cualquier caso, mi opinión al respecto de poco serviría.
En cambio, sí me parece interesante hacer un ejercicio de reflexión sobre el perfil que podría tener, y quisiera que tuviera, el sucesor de Benedicto XVI. Es este el parecer de un creyente que ama a su Iglesia y que se siente parte de ella; consciente, además, de que el Espíritu Santo –más allá de cualquier eventualidad y de nuestros propios criterios– continuará guiando a la comunidad de los creyentes en todo tiempo.
Pienso que el sucesor de Pedro, hoy como ayer, ha de ser un hombre profundamente hombre de Dios y un hombre profundamente hombre de su tiempo.
Hombre orante y abierto a la acción del Espíritu; acrisolada su fe en la experiencia vital de la adhesión plena a Dios en el seguimiento de su Hijo y madurada en un sólido pensamiento teológico acuñado en el estudio perseverante y en la adquisición de la sabiduría que viene de lo alto.
El papa que ha de venir ha de ser
un hombre audaz. Con el arrojo profético
de los hombres libres que caminan sostenidos por Dios,
que precede y abre el mar en el desierto.
Deberá ser un hombre profundamente hombre de su tiempo. Abierto a las realidades temporales y experto en humanidad. Un pastor experimentado, con una mirada compasiva y entrañable sobre la realidad humana, cercano al Pueblo de Dios que se le ha encomendado y al que sirve con humildad y con tesón.
Capaz de dialogar con la cultura contemporánea en el areópago de los hombres y mujeres del siglo XXI, allí donde se buscan razones para vivir y esperar, y donde la Iglesia está llamada a hacer resonar la Palabra.
Heredero del Concilio Vaticano II, el Obispo de Roma deberá seguir impulsando una Iglesia de comunión, mistérica y sacramental que comunique, universal y significativamente, la salvación de Jesucristo. Una Iglesia en el mundo, servidora de los pobres, al lado de los más vulnerables, más visible en su compromiso por el desarrollo de los pueblos, la paz y la justicia, más creíble en su testimonio de autenticidad y coherencia.
El papa que ha de venir ha de ser, en mi opinión, un hombre audaz. Con el arrojo profético de los hombres libres que caminan sostenidos por Dios, que precede y abre el mar en el desierto.
Solo así, con las manos libres y la confianza puesta en quien lo sostiene, podrá acometer –sin miedo y con decisión– cuantas reformas necesita hoy la Iglesia para seguir siendo luz de los pueblos; sanación para la vida y la esperanza de las personas; madre que acompaña y sostiene con credibilidad y coherencia a sus hijos más débiles, propiciando, con su compromiso, un mundo mejor según el corazón de Dios.
En el nº 2.839 de Vida Nueva.
NÚMERO ESPECIAL VIDA NUEVA: PREPARANDO EL CÓNCLAVE