JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
“Ya dijo Jesús, a quienes criticaban sus compañías, que ‘no necesitan médico los sanos, sino los enfermos’. Ojalá el próximo papa quiera preguntarles qué les duele…”.
Si el Sínodo sobre la Nueva Evangelización aún no se hubiese celebrado, creo que su desarrollo vendría marcado indefectiblemente por el gesto histórico de la renuncia de Benedicto XVI. Esa decisión ha abierto un tiempo nuevo en la Iglesia y convertido la última lección magistral del viejo profesor en el signo más elocuente de lo que debería ser esa evangelización nueva en una sociedad que ya solo entiende imágenes que reflejen la autenticidad en muchísimo menos de mil palabras.
Y la de un papa que se oculta al mundo sobrevolando las históricas ruinas de una ciudad que un día dominó sus confines, planeará sobre nosotros largo tiempo.
Por eso, a la hora de elegir a su sucesor, que en realidad es el sucesor de aquel tipo que dejó casa y familia para seguir a un individuo que se juntaba con prostitutas y mendigos, con leprosos y demás marginados por los convencionalismos sociales y religiosos de la época, sería conveniente aprovechar esta energía renovadora y reformadora que ha dejado este Papa antes de gastarse en su entrega.
Ese gesto profético, el mejor símbolo de la nueva evangelización que está por llegar una vez que se disipe la nebulosa que la envuelve, ha reconciliado, aunque sea por unos instantes, a muchísimos que veían a la Iglesia como a un club rancio de gruesos cortinones, ambiente cargado y moqueta roja sobre la que hacía mucho que no se pasaba la aspiradora.
Un gesto que, aunque no todos tengan la grandeza de reconocer, ha admirado a los más furibundos críticos de la institución; también a tantos que se sienten injustamente tratados por ella, como son, entre otros, los que no tuvieron suerte con el amor de su vida, los homosexuales, aquellos a los que despreciamos, como hace dos mil años, por vender de cualquier manera su dignidad sin preguntarnos qué les lleva a ello…
Muchos de estos no querían ni a este Papa ni al anterior. Y tal vez poco les importe quién salga del próximo cónclave. Pero este gesto les ha descolocado por un instante. Y aunque aún tienen mucho dolor y algunos son terminales, ya dijo Jesús, a quienes criticaban sus compañías, que “no necesitan médico los sanos, sino los enfermos”. Ojalá el próximo papa quiera preguntarles qué les duele.
En el nº 2.839 de Vida Nueva.