FRANCISCO VÁZQUEZ Y VÁZQUEZ | Embajador de España
“Yo diría que la persona que mejor cumpliría los requisitos que exigen las respuestas, la imagen y la espiritualidad que hoy debe transmitir la Iglesia, sería un nuevo Juan XXIII…”.
Fruto de la vulgaridad de los tiempos que nos toca vivir, es muy común el error de interpretar el cónclave como si fuera el congreso de un partido político o un proceso electoral propio de cualquier institución o asociación, reduciendo su naturaleza a la de una asamblea donde se enfrentan candidaturas y programas contrapuestos que utilizan todo tipo de artimañas y pactos en aras de lograr el triunfo de sus aspirantes al pontificado.
La realidad es muy distinta. El Colegio Cardenalicio, en reuniones previas a la apertura oficial del cónclave, se junta para analizar los problemas y necesidades de la Iglesia de hoy, elaborar un diagnóstico sobre el estado del mundo y fijar, por consiguiente, cuáles deben ser las prioridades que el nuevo papa debe atender.
Las distintas intervenciones sirven también para que los cardenales se conozcan más entre sí y, sobre todo, para que puedan escuchar realidades sociales, políticas y espirituales tan diversas como los son los países y continentes de origen de los propios cardenales.
A partir de ahí, están en condiciones de trazar el retrato robot de la persona que mejor pueda atender en los próximos años los retos de la Iglesia en el mundo actual, de manera que el cónclave se reduce a la búsqueda del candidato ideal.
Yo diría que la persona que mejor cumpliría los requisitos que exigen las respuestas, la imagen y la espiritualidad que hoy debe transmitir la Iglesia, sería un nuevo Juan XXIII.
Después de un Papa intelectual, como lo ha sido Benedicto XVI,
pienso que es la hora en la que el sucesor de Pedro
sea nuevamente un hombre bueno y próximo,
que en su humanidad refleje el pilar fundamental de nuestra fe,
que no es otra que el de la caridad y el amor.
Después de un Papa intelectual, como lo ha sido Benedicto XVI, y en una sociedad profundamente sacudida por una profunda crisis ideológica y económica, donde cada vez son más los marginados y los necesitados, desorientados por la carencia de modelos sociales que den respuesta a su futuro, pienso que es la hora en la que el sucesor de Pedro sea nuevamente un hombre bueno y próximo, que en su humanidad refleje el pilar fundamental de nuestra fe, que no es otra que el de la caridad y el amor. Un pontífice que ponga en valor el inmenso capital de la doctrina social de la Iglesia y que con su voz reconforte y acompañe a la inmensa legión de desheredados y olvidados. Un Papa que aporte esperanza.
Sé que junto a las motivaciones ideales y espirituales, como toda obra humana, entran en juego otros intereses y proyectos, pero no deben prevalecer en una hora tan difícil. La reforma del gobierno de la Iglesia que Benedicto XVI deja pendiente a causa de sus dificultades con la Curia exige también que el nuevo pontífice tenga la energía y decisión necesaria para acometer esta tarea urgente e inaplazable.
Todos conocemos candidatos que podrían cumplir esta doble misión de reforzar la doctrina social y reformar la Curia, y hacerlo desde la bondad, el amor y la sonrisa; incluso desde lejos del eurocentrismo que ha gobernado la Iglesia desde hace veinte siglos.
Solo falta rezar para que el Espíritu Santo ilumine a los cardenales y les ayude a ser valientes y desprendidos.
En el nº 2.839 de Vida Nueva.