FRANCESC TORRALBA | Filósofo
“Para llegar a los jóvenes, para comprender lo que piensan, lo que anhelan, lo que aman, uno debe inmiscuirse en ese mundo y estar ahí…”.
La expresión es de Antonio Spadro, jesuita, director de La Civiltà Cattolica. En su último libro, Cyberteologia. Pensare il cristianesimo al tempo della rete (2012) explora las transformaciones de fondo que conlleva el consumo de la Red en los jóvenes. Muestra cómo las nuevas generaciones son nativos digitales y cómo sus lenguajes, comportamientos, hábitos de producción y de consumo no pueden desvincularse de la Red. Han nacido en este mundo, se mueven en él con naturalidad y se sienten extraños cuando están fuera de él.
En la última plenaria del Pontificio Consejo de la Cultura, celebrada en la Santa Sede durante la primera semana de febrero, presidida por el cardenal Gianfranco Ravasi, el tema objeto de estudio fue, precisamente, el de las culturas juveniles emergentes. Los especialistas invitados, profesores y expertos sobre la juventud de los cinco continentes, confeccionaron una imagen plural y compleja de la juventud, muy lejos del tópico y de las simplificaciones.
Uno de los ámbitos de estudio más interesante fue la vinculación de los jóvenes a la red telemática, sus hábitos de relación y de consumo. Lo que quedó claro es que la Red, para ellos, no es un instrumento, o un objeto para ser utilizado, como puede ser un martillo o un coche. Es un mundo, un ambiente, un entorno donde viven, crecen, se relacionan, comunican sus pensamientos, sus sentimientos, sus deseos y expectativas. La red se ha convertido en lo que Edmund Husserl denomina Umwelt, que se podría traducir, siguiendo a José Ortega y Gasset, como mundo circundante. Eso significa que, para llegar a ellos, para comprender lo que piensan, lo que anhelan, lo que aman, uno debe inmiscuirse en ese mundo y estar ahí.
He aquí el reto fundamental que plantea la nueva evangelización de los jóvenes. La Red es un océano donde todo es posible. No es un universo ordenado, ni un cosmos; sino más bien un caos, donde las jerarquías no existen, tampoco la pirámides axiológicas. Se puede concebir como un multiverso.
Para comunicar la fe a los jóvenes,
resulta esencial, en primer lugar, tener fe en ellos,
en sus capacidades, en su talento, en su valor,
en su potencial espiritual.
El joven vive atrapado a su móvil, pues es su punto de acceso a ese mundo, la puerta de entrada. La mayoría de ellos sufren lo que Theodor Adorno llamó el fetichismo tecnológico. Dependen del móvil para todo y difícilmente se separan de él. Lo necesitan porque ahí está su mundo, y cuando no lo tienen a mano, experimentan la misma asfixia que siente el pez cuando está fuera de la pecera.
En la plenaria se escuchó a jóvenes de cinco continentes. Lejos de presentar una visión negativa, tópica y estereotipada de los jóvenes, hubo ocasión para deshacer caricaturas y visiones de manual. Para comunicar la fe a los jóvenes, resulta esencial, en primer lugar, tener fe en ellos, en sus capacidades, en su talento, en su valor, en su potencial espiritual.
También se puso de manifiesto que los jóvenes desconocen, en gran parte, la vida de la Iglesia y que, muy frecuentemente, son esclavos de prejuicios que se han configurado a través de los medios de comunicación de masas.
Para que estos dos mundos puedan tener un campo de intersección, las tareas que se deben llevar a cabo son enormes. En primer lugar, es fundamental ver las semillas de verdad que laten en la juventud, la lógica del don que se expresa en su capacidad de darse voluntariamente a causas nobles.
En segundo lugar, se espera de la Iglesia un lenguaje de aproximación. Se trata de invitarles al encuentro personal, íntimo con Dios. Propiciar este encuentro es, al fin y al cabo, el objetivo de la nueva evangelización, pero ello solo es posible si el joven practica el viaje hacia a sus adentros, el camino de la interiorización, algo muy extraño en su quehacer cotidiano, pues lo que ocupa su tiempo vital es, ante todo, la exteriorización, la salida de sí, la apertura a los otros, la interacción.
¿Cómo podemos propiciar esta vía de la interioridad en un mundo que extrañamente deja un intersticio para el silencio, el asombro y la meditación? La tarea no parece fácil; pero tampoco imposible.
En el nº 2.840 de Vida Nueva.