MARÍA DOLORES LÓPEZ GUZMÁN, Universidad Pontificia Comillas |
No fue la sencillez en el vestir, ni la espontaneidad al hablar; tampoco su afabilidad, ni su osadía al lanzarse a hacer lo que probablemente otros habían deseado y no se atrevieron; ni siquiera su reconocido compromiso con los más pobres, que enseguida se convirtió en tema recurrente de los comentaristas. Fue una triple petición lo que más me llamó la atención: que “recemos siempre por nosotros, el uno por el otro”, que “recemos por todo el mundo para que haya una gran fraternidad”, y que rezáramos por él –antes de su bendición– “para que el Señor me bendiga”.
Una oración en la que quedábamos vinculados y con la que nos estaba exhortando no solo a ser responsables los unos de los otros (creyentes o no), sino, sobre todo, a serlo también de su ministerio. En el “día del Primado” primó la llamada a la reciprocidad y, por tanto, a la corresponsabilidad. De este modo, sus gestos ya no fueron solo suyos, sino nuestros. El silencio de la Plaza de San Pedro habló en nombre de todos.
Esa petición primera nos ha comprometido mutuamente: a nosotros, a acompañarle, ser compasivos e interceder por él; al Papa, a escuchar, servir y no prescindir del pueblo que le ha acogido ni del Espíritu que le ha elegido.
En el “día del Primado” primó
la llamada a la reciprocidad
y, por tanto, a la corresponsabilidad.
De este modo, sus gestos ya no fueron
solo suyos, sino nuestros.
Ya no podemos dejarnos arrastrar por la avalancha de titulares tópicos y valoraciones apresuradas –positivas o negativas– acerca de su figura. El poverello de Asís jamás lo habría hecho.
El efecto de la novedad pasará, y vendrán las decisiones difíciles y la soledad, que seguro le es conocida. Ya está sucediendo. Es fácil aplaudir lo que uno espera, pero difícil de aceptar lo que no se comprende. Se tarda lo mismo en encumbrar que en denostar, en idolatrar que en despreciar: un instante.
No permitamos que los estereotipos y los clichés que funcionan en los ámbitos periodísticos (y también eclesiales) nos hagan olvidar lo que Francisco de Asís sabiamente dijo en sus Avisos Espirituales: “Cuanto es el hombre ante Dios, tanto es y no más”.
En el nº 2.841 de Vida Nueva.