ENRIC JULIANA RICART, director adjunto de La Vanguardia |
Roma ha vuelto a impresionar al mundo. Es una buena noticia. Buena para Occidente. Buena para Europa. Muy buena para la Europa del Sur. La vieja capital del mundo ha demostrado que aún es capaz de sorprender y enviar mensajes de novedad. La romanidad está siendo sometida a prueba y acaba de enviar una señal de gran inteligencia al elegir a un Papa del Nuevo Mundo, cuyas primeras palabras son para recordar que acaba de ser nombrado obispo de Roma.
Un Papa que viene della fine del mondo –según expresión del propio Jorge Mario Bergoglio al salir al balcón principal de la Basílica de San Pedro–, cuyos primeros gestos y palabras han sido de una gran proximidad a su diócesis; la diócesis que preside el orbe católico.
El giro del cónclave da profundidad
a la huella de Benedicto XVI.
Roma, una vez más, ha entendido el signo de los tiempos
y ha dado una lección al mundo.
Me permito destacar que en sus primeras apariciones públicas, el papa Francisco solo utilizó la lengua italiana, precisamente para enfatizar su condición de obispo de Roma. “Santidad, quizá no sea conveniente abusar demasiado estos primeros días de los pequeños gestos”, dicen que le comentó un cardenal en la hostería de Santa Marta. “No se preocupe, así se irán acostumbrando a los gestos que vendrán después”, habría respondido el Papa, según refieren fuentes del todo fidedignas.
Estamos ante un cambio de enorme calado que da sentido a la valiente renuncia de Benedicto XVI. Jorge Mario Bergoglio no desmiente a Joseph Ratzinger. Al contrario. Sin el gesto de Benedicto no se habría producido la elección de Francisco.
Creo que esta es una de las lecciones importantes de lo sucedido en Roma. Una opción continuista habría reducido el gesto del Papa emérito a una cuestión de fatiga y cansancio, empequeñeciendo su figura.
El giro del cónclave da profundidad a la huella de Benedicto XVI. Roma, una vez más, ha entendido el signo de los tiempos y ha dado una lección al mundo. Es una buena noticia para Occidente y para Europa. Para los creyentes y también para los no creyentes, con permiso de ese anticlericalismo pedestre que aún impera en algunos rincones de España.
En el nº 2.841 de Vida Nueva.