Los tiempos nuevos y la resistencia silenciosa

papa Francisco en una iglesia sentado en los bancos de atrás

papa Francisco en una iglesia sentado en los bancos de atrás

JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Que asoman nuevos tiempos en la Iglesia es algo palpable. Resistirse a ello no es “justo, equitativo y saludable”, por usar el argot litúrgico que tanto agrada a los soliviantados. Si de algo sabe esta vieja Iglesia es de estrenar tiempos nuevos y rasgar lejanías. Y lo hace con visión clara y con sentido de comunión y tradición muy fijado en su propio ADN. Meteduras de pata las hubo, pero la Iglesia está compuesta de hombres, no de ángeles.

Se respira novedad y entusiasmo, aunque se olvida la grandeza de la renuncia de Ratzinger. El buona sera del 13 de marzo pasado, desde la balconada de San Pedro, fue el arranque de un estilo nuevo, el estilo de porteño y latino que a no pocos ha extrañado. No era un polaco de Cracovia ni un bávaro de Munich, sino un jesuita del castizo barrio de Las Flores, en el Buenos Aires “lindo y querido”. Nadie duda de que estamos estrenando tiempos nuevos en la misma tradición eclesial. Existe el riesgo de entender mal el giro y poner al nuevo Papa la señera del progresismo.

El papa Bergoglio no va a cambiar los grandes trazos de la doctrina teológica ni va dar un giro copérnicano a esos temas por los que se acusa a la Iglesia de retrógrada y avejentada. No hará grandes cambios, pero sí propiciará cambios trascendentes y de gran calado. El papa Francisco trae estilo, formas y una manera más pastoral de cercanía en el servicio petrino, en la misma línea, pero de forma distinta, a sus antecesores.

Es más Juan Pablo II que Benedicto XVI. La diferencia estará en el corro de colaboradores, menos curiales y más pastorales. Francisco ya ha comenzado esos nuevos tiempos, en un momento propicio en el que se venía pidiendo a gritos aire fresco, necesario, urgente. La grandeza es saber verlo; la mezquindad, frenarlo, criticarlo o enmendarle la plana.

Francisco ya ha comenzado esos nuevos tiempos,
en un momento propicio en el que
se venía pidiendo a gritos aire fresco,
necesario, urgente.
La grandeza es saber verlo.

Pocos dudan ya de ese cambio, que no va a ser brusco o espasmódico, sino con tiento y elegancia. Los tiempos de la Iglesia son tiempos kairós que no se dejan arrebatar por el cronos.

Es hora de alentar los ritmos de los tiempos y dejar de cuestionarlos con resistencias silenciosas, propias de perdedores, con reacciones socarronas y desafiantes, arremetiendo contra unos y otros y embistiendo sin contemplaciones. Quizás andemos demasiado pendientes de quienes, ya de retirada, con patética voluntad de poder, enmiendan la plana al Papa.

Hay que ayudar a bien morir esos estilos, pero sin mofas, ni escarnios, sino con respeto. Ya son pasado. Alarmarse por estas reacciones de resistencia es caer en la trampa de no dejarlos decir lo que tantas veces ellos amordazaron. Es bueno opinar, pero lo mejor de todo, saber que estamos en otro momento. ¡Miremos adelante con amplia sonrisa, abandonando las agrias caras!

De niños, en las duchas colectivas, el responsable de turno gritaba: “¡Agua, jabón, agua y a la calle!”. Tiempos nuevos no exentos de agradecimiento a los que se van.

director.vidanueva@ppc-editorial.com

En el nº 2.844 de Vida Nueva.

 

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