ANTONIO PELAYO, corresponsal de Vida Nueva en ROMA | Todo es cuestión de paciencia, se dice y así es. No he tenido prisa en poder saludar personalmente al papa Francisco. El día que nos recibió a la prensa después de su elección, los que subieron a estrecharle la mano fueron muy pocos, casi todos italianos y “oficiales”. A mí me ha llegado la oportunidad al final del encuentro del pasado lunes 15 de abril con el presidente Rajoy.
Fui el primero de los cinco periodistas que asistíamos al acto en estrechar la mano pontificia y en presentarme . “¡Ah, Vida Nueva –exclamó cuando le dije que era el vaticanista de nuestra semanario–, claro que la conozco!“.
Tan de cerca, el Papa no te intimida; al revés, casi te olvidas de ante quién estás. A él le noté como falto de “rodaje”, no habituado todavía a los fastos de los apartamentos que utiliza y del protocolo que le rodea.
No va a resultarle fácil renunciar a ese entorno, que –a lo mejor me equivoco–, no le parece el más adecuado para la imagen que quiere dar de sí mismo y de la Iglesia.
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