RAFAEL AGUIRRE | Catedrático de Teología de la Universidad de Deusto
“Hermano Francisco, le estoy muy agradecido porque no contaba con que a estas alturas de mi vida iba a volver a soñar con una Iglesia más sencilla, misericordiosa, participativa, evangélica…”.
Querido hermano Francisco:
Deseo compartir con usted mi alegría y agradecimiento por el espíritu de renovación que ha irrumpido en la Iglesia. La valiente y lúcida renuncia de Benedicto XVI, de cuya firmeza doctrinal nadie puede dudar, ha supuesto la humanización del papado y la petición a su sucesor de que afronte unos problemas urgentes para los que él, débil y anciano, se encontraba sin fuerzas. Y es lo que usted parece dispuesto a realizar con decisión.
Estoy sorprendido de la admirable transición entre dos papas tan diferentes y, sin embargo, complementarios. Benedicto fue el Papa de la palabra. Ahora lo que toca es limpiar la Curia, introducir transparencia, fomentar la colegialidad, despojar al papado de un boato antievangélico y de un centralismo que sofoca la dinámica de las Iglesias locales.
También me ha sorprendido lo rápidamente que ha ido a lo esencial: “Quiero una Iglesia pobre y para los pobres”. En este camino, los obstáculos serán terribles dentro y fuera de la Iglesia. Ha multiplicado los gestos que valen más que varias encíclicas. Me quedo con su imagen besando los pies de una muchacha musulmana el Jueves Santo.
Le tengo que confesar, hermano Francisco, que llevo años sintiéndome un exiliado en el seno de mi Iglesia, sobre todo en España. Mis estudios de teología como seminarista coincidieron con las sesiones del Vaticano II, y me ordené sacerdote porque me ilusionó el Concilio y la Iglesia que alumbraba. Mis expectativas pronto se fueron apagando.
Es necesario que se reconozca en la Iglesia
la importancia de la teología,
que haya suficiente libertad para cultivarla,
que no se la reduzca a glosa del magisterio.
En la Iglesia hay demasiado servilismo,
que es lo contrario a la fidelidad.
Nuestra generación cometió errores serios, en buena medida arrastrada por un entusiasmo ingenuo. Pero, sobre todo, el desarrollo e interpretación del Concilio quedó en manos de una Curia que nunca se había identificado con su espíritu; además, a la jerarquía le entró miedo y optó por encerrarse en el puerto en vez de acompañar críticamente a quienes querían bogar mar adentro.
Dicen que la nuestra, la del Concilio, fue “una hornada que salió mala” y que nuestro trabajo ha sido un fracaso que ha vaciado los templos. En las nuevas levas clericales predomina el estilo curial y vaticano, con un clericalismo endogámico, dogmático y amanerado (y muy poco austero). Grupos ultraconservadores, con apoyos en altas instancias vaticanas, han monopolizado la figura del papa con técnicas de star system. He sido testigo de que de hablar contra las interpretaciones abusivas del Vaticano II se había pasado a hablar abiertamente de las equivocaciones del Concilio, al que se negaba valor doctrinal. Creo que ahora empieza una nueva etapa en la recepción del Vaticano II.
Lo que está sucediendo en nuestra Iglesia pone de manifiesto que el Evangelio es una semilla buena y potente que hace saltar hasta el asfalto que se le echa encima. Usted ha dicho que la Iglesia no puede ser autorreferencial, sino que tiene que ir a la periferia, anunciar el Evangelio en todos los ambientes. Con sus gestos y sus palabras ha suscitado esperanza e ilusión, a la vez que convoca a una vivencia más exigente de los valores evangélicos. La raíz de todo está en el Dios misericordioso, del que habla sin cesar, que perdona, acoge y ama entrañablemente a todos, empezando por los más necesitados.
Y esto hay que recordarlo siempre a una institución que tiende a endurecer las fronteras de su identidad, que la misericordia de Dios traspasa continua y sorprendentemente. Hermano Francisco, le estoy muy agradecido porque no contaba con que a estas alturas de mi vida iba a volver a soñar con una Iglesia más sencilla, misericordiosa, participativa, evangélica.
Para acabar, apunto dos temas, entre tantos que me vienen a la mente. Es necesario que se reconozca en la Iglesia la importancia de la teología, que haya suficiente libertad para cultivarla, que no se la reduzca a glosa del magisterio. En la Iglesia hay demasiado servilismo, que es lo contrario a la fidelidad, y que afecta al mundo clerical y al teológico más específicamente.
El otro tema es el del papel de la mujer en la Iglesia. Me parece un problema muy grave el choque de cada vez más mujeres con una consideración eclesial que les parece anacrónica y patriarcal. Es un tema delicado, doloroso, que requiere reflexión, diálogo, maduración y apertura al Espíritu, que habla también a través de la historia.
Hermano Francisco, va a encontrar muchas dificultades, pero también muchos apoyos. Está usted especialmente dotado para seguir el sabio consejo del Maestro: “Sed sencillos como palomas (Francisco) y astutos como serpientes (Ignacio)”. Le hará falta. Cuente con mis oraciones.
En el nº 2.845 de Vida Nueva.